miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL DESENCANTADO

Son las tres de la mañana y una camada de serpientes me quiere comer. Son las cinco cuando apenas intento pegar el ojo otra vez, pero entresueños veo una gallina negra que me quiere sacar los ojos (las mismas pesadillas de siempre). Me levanto y no encuentro alegrías en mi alrededor: veo otro día, otro sol y el milagro de la vida no tiene chiste. Me deslizo hasta el sanitario y el cuerpo me pesa como si arrastrara un mundo encima ( y así me sentiré el resto del día). Me miro al espejo y no le veo gracia a mi rostro: esta triste, llevado; hay un guayabo moral en mí: tal vez he bebido demasiada vida o demasiados sueños. El agua fría no me revive, al contrario, me hiere como si fueran latigazos, cuchilladas. Salgo de la ducha adolorido. Me visto con cualquier cosa, me peino y limpio los zapatos como un robot. El café me sabe a hiel, las noticias del diario y de la radio que eran parte de mis rutinas me son indiferentes. No tengo ánimos de nada, es más, el desencanto es mi desayuno.
No me atrevo a salir, tengo miedo, un mal presentimiento (hace días lo tengo, semanas, tal vez meses). Alguien de la casa me saluda y me timbro, estoy nervioso. Me hablan, pero no sé escuchar. No entiendo lo que me dicen, sonrío con tristeza. Hago un esfuerzo, me lleno de mis mejores recursos y medroso salgo a la calle en busca de amigos pero solo veo mil rostros conocidos. Caigo en la cuenta que no tengo amigos.
Me empeño, busco aire, motivos de fortaleza y subo calle arriba-calle-abajo, pero nada me satisface; todo me atemoriza. Hablo con algunas personas, sonrío a la fuerza, pero nadie nota que estoy llevado, triste, vacío, deprimido. A tiro de pistola.
Me da tristeza y me avergüenzo de mí mismo. Me parece una traición personal, una estupidez estar así, y no poder superarlo. Esta bien un ratito de tristeza, unas horitas de melancolía, un día de malparidez, pero esto ya es crónico. Me da risa de mí mismo, una risa amarga, llena de espinas, de sal, y no puedo con ella. Me gana la malparidez.
No entiendo lo que me pasa, no entiendo los motivos. Se me fue el alma, es todo lo que puedo decir a mi defensa. Me siento enfermo pero no tengo nada físicamente. Me da rabia y me auto castigo, me impongo a la adversidad, pero al menor descuido, caigo de nuevo.
Son la once, me tomo un tinto: nada (será el inicio de cinco jarradas de café buscando reanimarme, pero nada), un cigarrillito para... no sé (me dijeron que la tristeza se pasan mejor con cigarillitos: paja).
Y a las doce y media comienzo a comer y a comer y a comer como un desesperado por el resto del día. El pan es digerible, barato y tiene buen sabor. Como pan a la lata. Me voy engordar como un marrano pienso, pero no me importa, llevo días comiendo y comiendo. No puedo dejar de hacerlo.
Todo comenzó un día agitado, chévere: lleno de emociones laborales, exámenes y retos de vida. Pero al caer la noche terminé tan mamado que me dormí en un mueble y de allí no quise levantarme nunca más. Al otro día amanecí hipersensible y las noticias del país me cayeron al hígado (el corazón estaba saturado, tal vez). Seguí cansado, trabajando duro, pero con la ilusión de unas vacaciones que no tuve. Los maestros son tan ignorantes que no saben que la gente necesita descansar y dejan mil tareas. Al terminar el año se me cruzaron los cables: El último día de clases me sentí un zombi: caminaba por inercia. En las vacaciones no estudie, es cierto, pero la preocupación no me dejó descansar y sin darme cuenta caí en un abismo, en un vacío donde no importa nada.
Me siento solo, profundamente solo. No sé qué hacer, a quién acudir. Comenzó el año nuevo sin mí. Yo me quedé en un limbo. ¿Alguien me puede ayudar?
S. O. S.
Por favor...

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