domingo, 27 de abril de 2014

LOS EPIGRAMISTAS DE POPAYÁN


MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
Twitter:@valenciacalle

Para la pascua de resurrección salen fantasmas en Popayán. A eso de la media noche es normal encontrarse apariciones, demonios menores y monstruos del más allá; así como florecen las maldiciones y cobran vida los cantos de hadas.

A los espectros y fantasmas se les tolera, siempre y cuando no le hagan daño a nadie.  Pero a veces, bromistas o de comportamiento dañino, causan estragos en la vida de las personas. Y por ello, los que saben de la materia, recomiendan andar con un crucifijo de plata para evitar ser víctima de sus encantos o circunstancias de terror. La historia del espectro de Oscar Wilde en Popayán, tiene un contexto necesario de explicar, y pido paciencia al lector.

El poeta Guillermo Valencia, que es como el García Márquez de Popayán, en la medida que creó un mundo cultural y literario para la ciudad, contaba que estando en el café Kalisaya de París por los años de 1900, departió con Oscar Wilde, pocos meses antes de su muerte. Decía que el irlandés ya parecía un espectro, esos seres de cara verde, semblante demacrado y mal reflejo en la mirada; y que días después, recibió un ejemplar de “La Balada de la Cárcel de Reading” con la dedicatoria “To Mr. Valencia”, libro que guardó como una joya y hoy podemos admirar en el Museo Valencia de la carrera sexta con calle segunda.

Valencia leyó el libro y quedó tan conmovido por la estética literaria, que para el año de 1932 publicó una traducción de la Balada. Fueron muchos los días y noches que dedicó el bardo de Popayán y pionero del Modernismo en Colombia a la traducción de libro de Wilde. Traducir poesía no es fácil: hay que cuidar la métrica, las asonancias, las intenciones, las palabras claves, las equivalencias, la tradición, la rima… y es como trabajar en la construcción de un reloj, algo tan preciso, como pulcro. Para dar un ejemplo de lo complejo que fue traducir ese libro les traigo un par de versos que Valencia tradujo como: “Todos matamos lo que amamos; /que cada uno sepa eso”. Mientras otros autores polemizan al traducir: “todos los hombres matan lo que aman”. En sí, las dos frases pueden decir lo mismo, pero esos matices expresivos, a la hora del análisis literario, hacen que una obra sea bien o mal recibida.

Ahora sí, volvamos al cuento de los fantasmas porque dicen que por estos días hay unos espectros andando por los andenes y jardines del Museo Valencia. Una casona construida a finales del siglo XVIII y comprada por don Ignacio Muñoz, suegro del poeta, para que allí viviera con su hija Josefina. Lo que dicen, es que en los días que el poeta trabajó en la traducción de la Balada de la Cárcel de Reading, no dormía bien y salía a caminar reverbero en mano por los pasillos de la casona para hablar en voz alta con unos seres invisibles que evocaba con la fuerza de su ingenio. Se presume que unos días hablaba con el fantasma de Charles Thomas Wooldridge, el hombre que motivó la escritura de la Balada, un soldado de 30 años de la Guardia Real de Caballería condenado a la horca por degollar a su esposa en un ataque de celos; y otros días, por supuesto, con el propio Oscar Wilde. Pues bien, una vez que Valencia terminó la traducción del largo poema con la ayuda del autor y el protagonista, los espectros de Wilde y Charles Thomas se quedaron a vivir en Popayán para disfrutar del clima y de las noches tranquilas de nuestra ciudad, al igual que el Quijote de la Mancha, que decidió venirse a morir en la ciudad blanca y dejar sus huesos en la Torre del Reloj.

Muchos son los que ha visto al espectro del dramaturgo y epigramista de Wilde subir y bajar desde el Museo Valencia hasta el callejón del barrio Bolívar pasando por el Puente del Humilladero en compañía del espíritu de Fray Serafín Barbetti que cuida su puente de día y de noche. Un espectro es como una luz blanca y gaseosa que al verlo de frente se nos erizan los pelos de la nuca del puro miedo, mientras se siente un frío espantoso en mitad del pecho, la lengua se hincha y los pies se niegan a obedecer.  Dicen haber visto al espectro de Wilde en compañía del Maestro Valencia, Álvaro Pío y el Quijote discutiendo de poesía y política camino al Humilladero para tomarse una copa de eternidad, mientras Chancaca los persigue con sus cantos de flauta…


EL CABALLO DE LOS CABALLOS


Estatua de Sebastián de Belalcázar-foto del blog Popayán estética


por: MARCO ANTONIO VALENCIA  
El 30 de abril de 1551 murió el fundador de Popayán para convertirse en un fantasma de piedra montado sobre un caballo monumental e histórico en la literatura universal: Babieca.
Cuenta la historia que don Sebastián de Belalcázar murió en Cartagena a los 61 años con problemas de colesterol, triglicéridos, obstrucción cardiovascular e hipertensión, pues nunca dejó de comer carne de cerdo, boje y chicharrón, al punto que a los indios yanaconas que trajo desde Quito a Popayán como esclavos, los hizo cargar al hombro una piara de éstos animales para su consumo exclusivo. Murió viejo, gordo, con los pies hinchados,  malgeniado, fatigado y con dificultad para respirar.
Era de estatura mediana, buena gente pero a veces irascible. Muy enamorado, le gustaba fornicar con indias de todas las edades y fue señalado de conspirador y asesino por sus enemigos. De él se dice, que le propuso a Nicolás de Federmán despojar a Gonzalo Jiménez de Quesada de sus conquistas, pero Ferdemán se negó a semejante intriga. Y lo de asesino viene a cuento porque en Quito y Timbío arrasó sin miedo con veredas enteras de indios, e hizo matar al español Jorge Robledo a garrotazo limpio por traidor, aunque no falta quien diga que lo hizo matar borracho de chicha y de celos por un lío de faldas.
Hoy (año 2014) que se conmemoran los 463 años de la muerte del Adelantado, que además de fundar Asunción de Popayán fue cofundador de otras dieciséis ciudades, quiero contarles UN CUENTO para endulzar “la ciudad letrada” que es Popayán,
Resulta que, para celebrar el cuarto centenario de la fundación de Popayán (en el año de 1937), el alcalde de la época contrató al escultor Victorio Macho para que hiciera una estatua del Conquistador en la plazoleta de la iglesia San Francisco, al tiempo que le pidió al poeta Rafael Maya que se inspirara, e hiciera un discurso para su inauguración.
Victorio Macho, nació en Palencia España y vivió en las ciudades de Santander, Burgos, Madrid y Paris. Era un bohemio de tertulias literarias y se hizo famoso en Madrid por hacer el monumento del escritor Pérez Galdós. En 1931, cuando estalló la guerra se vino para Colombia y así fue como terminó haciendo la estatua de Belalcázar. El artista fue contratado por su estética y el manejo de la escultura clásica, pero cuando vino por acá ya le rondaba en la cabeza el tema de la “escultura simbolista” por lo que, de alguna manera, se explica el alucinante acto de profanación que realizó en Popayán.
El poeta Maya, un sabio entre los sabios, le dijo a Macho: Ojo, “una estatua, es la comunión de los vivos con los muertos y esa estatua debe simbolizar lo que somos en Popayán: una raza de heroísmo, sabiduría, belleza, santidad, poesía y canto”. Y para rematar lo comprometió a fondo, cuando con el dedo en alto le desafió: “esa estatua debe simbolizar la geografía del espíritu patojo”. Y así lo volvió a decir en un discurso memorable de 1940, cuando entre los artistas inauguraron la estatua en El Morro de Tulcán.
A Macho no le quedó más remedio que esculpir en bronce a un hidalgo con aires de heroísmo como se lo pidieron; pero cuando comenzó a idear el caballo que cargaría al Adelantado por  los años de los años, tuvo problemas porque se encontró que los equinos de los conquistadores no pasaban de ser “hacas” o caballos comunes dados para la carga, y para peor, bautizados por sus dueños con nombres afeminados y cursis.
Macho, cuyo apellido curiosamente es sinónimo “de vigoroso y de mula”, no iba a montar a Belalcázar en cualquier bestia, y por eso, se fue hasta el Monasterio de San Pedro de Cerdeña, a diez kilómetros de Burgos, donde vivió su juventud entre tertulias y bohemia, e hizo un sacrilegio literario: se robó y se trajo para Popayán los restos de Babieca, el famoso caballo del Cid Campeador, para inspirarse en el mejor caballo de los caballos.  Y esa es la razón por la cual las excavaciones arqueológicas financiadas por el Duque de Alba en 1949, no permitieron encontrar huella alguna del animal en el monolítico donde la tradición española le hace homenajes a la bestia que cargó a don Rodrigo Díaz de Vivar hasta su muerte… y hoy, monta a don Sebastián de Belalcazar hasta la eternidad.
Macho se trajo los restos de Babieca para hacer su escultura y el resultado fue un caballo soberbio, casi inglés, casi árabe, casi traído del mismo cielo. Cuando empotraban la estatua, los obreros lo vieron llegar y poner bajo la plancha los restos del animal rumiando una oración que el poeta Maya retomó en su discurso: Querido Babieca, dejo tus restos “en una ciudad que sonríe como Atenas, habla como Roma y llora como Jerusalén”.