jueves, 23 de diciembre de 2010

EL HIJO DE MARÍA

El hijo de María era niño regordete, alegre y preguntón. De mirada inteligente y sonrisa que conquistaba mundos.

El hijo de María tenía futuro, tal vez iba, cuando grande, a estudiar Medicina para salvarle la vida a algún enfermo, tal vez estudiaría Derecho para defender a los corruptos, o Ingeniería (pero jamás para comprar o negociar la dignidad por un contrato con los alcaldes), o tal vez fuera a ser un chef famoso (pero no de comida chatarra, comida que mata más gente en un año que todos las guerras juntas); Sí, ese niño tal vez iba a serle útil a la humanidad.

El Hijo de María era especial. Desde que nació, por ejemplo, hizo mover la economía del mundo. Desde su cuna fue cliente fijo de fabricas de pañales, papel higiénico, teteros, cremas, juguetes, leche en polvo, compotas, copitos, algodones, ropa, tejidos, plásticos, en fin... ese niño, con solo empoparse, o berrear, como les digo, hacia mover la economía del mundo.. ¿Se imaginan ustedes cuando estuviera en edad escolar? Es que los niños son costosos (por eso hay que ponerse el condón si no se esta programando hijo), pero los adolescentes cuestan mucho más, y los adultos ni se diga, porque somos seres consumistas y vivimos en una época que la comodidad demanda muchos, pero muchos gastos.

El hijo de María, tal vez, iba a casarse y tener hijos. Es muy posible que fuera a ser un gran presidente, un profeta, un inventor, un artista famoso o simplemente su vida le diera razón de vivir a alguien. Tal vez ayudaría a algún viejo a cruzar la calle, o llorara viendo los atardeceres hermosos de una ciudad colonial. Quién sabe.

Pero al hijo de María lo mataron. Y de la peor manera. Murió despellejado en el Hospital Universitario. Balbuceando por un trago de agua que no podía tomar, dando grititos guturales para llamar a su mamá, que a su lado, estremecida, vivió en pena el infierno de ver morir a su pequeñín lentamente sin poder hacer nada. Y nada, es nada.

Al hijo de María le estalló en la cara “un jabón” (que no es otra cosa que un taco de pólvora, la misma que usan en la guerra para destruir casas y tumbar puentes). Se la compró, por ahí en la calle, un tío bonachón y pendejo. Al que provoca darle cárcel perpetua y transplantarle orejas de burro. ¿A qué adulto responsable, con dos dedos de frente, se le ocurre regalarle pólvora a un niño?

¿Pero de quién es la culpa que se haya muerto el hijo de María en tan fatídica y horribles circunstancias? ¿Del tío estúpido que se la compró? ¿Del ignorante polvorero que mejor debería vender buñuelos con dulce, y no algo tan peligroso para todos? ¿De la curia que alimentó la tradición de las fiestas navideñas y patronales con pólvora? ¿De los alcaldes y policías faltos de pantalones para decir como hombres “en éste municipio no se vende pólvora”? ¿De la nefasta Ley de Seguridad Social que nos tiene sumidos en “aguasdepanelas” en vez de medicinas eficaces y volvió en tristeza el servicio de médicos, especialistas y hospitales? ¿De María que, como madre novata e inexperta no sabía que la pólvora es peligrosa, por muy “chispita mariposa” que sea

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