lunes, 20 de diciembre de 2010

FIESTA DE RICOS RUMBEROS

Pudo haber sido una rumbita cualquiera de happy birthday, una orquesta como otra, dos cantantes normalitos traídos desde Puerto Rico por un millonario extravagante, pero no, fue una noche gozona y de las buenas. Se reunió la Sociedad In de Loteros del Sur Occidente Caucano, la pléyade del periodismo privilegiado de la parroquia y los que creen que los santos sudan por un lado; por el otro lado 27 zutanos melómanos, el maestro Jaime Castillo, un vendedor de maní y yo. Éramos pocos (los afortunados) para llenar el Coliseo La Estancia y para la magnitud del evento.

El aguardientico corrió suave por los tubos digestivos, y de verdad, puedo jurar, que tomar sin fumar no da guayabo, pero sí un poco de flacidez sexual y al otro día un poquito de diarrea, pero poquita no más, insisto. Otros licores además de diarrea dan dolor-doloroso de cabeza, vómito, miadera, impotencia y ganas de mentir (“no vuelvo a tomar”, se falsea).

Miller Giraldo estuvo bien como animador, el tipo se tiene confianza, la gente lo quiere y responde a sus caprichos. El show de Miller tiene son, es agradable y sobre todo, un estilo ilécebra con muchos seguidores (salúdame por la radio el domingo Miller).

La orquesta Vía Libre tiene 7 años de tradición, 13 músicos y 2 cantantes: Javier Caicedo y Carlos Valencia muy buenos, saben carear, tienen histrión, variedad y calidad de voz. Me contaron que ya grabaron un disco pero que lo tienen archivado, pues yo les digo que están perdiendo plata, fama y proyección, mejor dicho, que el manejador se ponga mosca.
Desde puerto Rico vino David Pabón, la verdad yo no sabía quién era ese señor (que ignorancia musical la mía, eh?) y resultó ser un cantante famosísimo de salsita de alcoba, esa música cachonda para cornudos de primera, con letras pervertidas y picantes, musiquita insinuante, chévere, amacizable. Me gustó la voz del man, soy de esa generación, crecí con esa musiquita barata, pero bacana, con esa enamoré, aprendí a bailar, a calentar feligresas, a pedirlo, a llorar, a emborracharme con guayabo; la salsita de sábanas es de efectos sentimentales para sementales, de estimulo sonoro y clictoriano, con letras plegadas de sexo tierno.

(Já, esa músicota y la felonía en marcha: “el pichilín” con flacidez sexual por tomatrago).

El otro artista fue Luisito Carrión, que dizque perteneció a la Sonoro Ponceña y que tal, con salsita más pesada, menos decante, más bailable, en fin, el tipo vino, cantó gustó y se llevó aplausos además del amor de una presentadora de la T.V. local (chisme).

Al son de Vía Libre, los boricuas, la feria de los vendedores de maní, el agurdientico circulante, el encanto de una luna en cuarto menguante, el encuentro de mujeres hermosas (andan diciendo que las patojitas son hoy por hoy las viejitas más hermosas del país), y el marramao de Miltón a todo pulmón: “jueeeeeeeeeegaaaa laaa looooooteeeeeeeeeriaaaaaaaa,” celebramos el 4 de julio pasado los 80 años de Lotería del Cauca, una institución que desde 1923 viene llenándole el bolsillo a los suertudos del barrio, una empresa que contribuye con millones y millones para la salud de los colombianos, así lo dice su slogan, así suponemos que es.

Hermanos míos, se perdieron una rumbita buena, sabrosita, barata (cinco mil pesitos no más), incluso hasta se hubieran podido reír con un pitico de regaño (piiit, pit) del seór Pito a los que querían sabotear el gatuperio protocolario, en fin. Felicidades a la octogenaria institución y sus trabajadores, y gracias. Insisto, estuvo chévere, muy chévere.

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