jueves, 2 de diciembre de 2010

EL PERVERSO ENCANTO DE LA NAVIDAD


La navidad no es tan buena como la cantan, ni tan triste como se sospecha. Es mucho peor. Llegan los temibles días de niños sin oficio en casa dispuestos a comerse la despensa en una tarde, a quemar la casa con sus travesuras, a volver loca a la abuela con sus gritos y el ruido de sus juegos electrónicos. Llegan los días de fiesta en la empresa, y la gente se emborracha para dejar salir a flote sus resentimientos o frustraciones, y entonces, con el licor encima y las venas hirviendo afloran los chismes, las peleas, los desafíos, los amores clandestinos, las infidelidades y los cuernos. Llegan los días de alicoramiento y con ellos las escenas ridículas, las discusiones imbéciles, las tragedias sin anunciar. Llegan los días de comprar cosas innecesarias por cuenta de una publicidad sin piedad que nos obliga sin querer queriendo a endeudarnos y a gastar a manos llenas el dinero que no tenemos en promociones ficticias. Llegan los días por donde se pasean los males de la modernidad como la soledad y el miedo por nuestras vidas, y en busca de la placidez nos dedicamos al consumismo más estúpido y costoso. Llegan los días de fin de año con sus horas para evaluar la vida, y no siempre la sonrisa del triunfo y el éxito acompañan los resultados, en un país de conflictos como el nuestro. Llegan los días de viajar de vacaciones (o para visitar familiares), no siempre con las condiciones, el clima, el precio, ni al lugar que deseamos. Llegan los días de visitas incomodas o las discusiones familiares de si vamos a la casa de tus padres o al de los míos. Llegan los días de borrachos quemando pólvora en la calle al tiempo que ponen en peligro la vida de niños y transeúntes, y provoca crucificarlos por indolentes. Llegan los días de ocio juvenil envueltos en rumbas donde las ganas del cuerpo les pueden, la virginidad se pierde, la inocencia se enreda y la rebeldía pide espacios al misterio y al peligro de los vicios. Llegan los días de alimentos harinosos, grasos y exóticos a extremos indecibles, y la dieta y la salud se exponen por culpa de antojos, agasajos e invitaciones indeseadas. Llega el día de gastar tiempo y dinero en la compra de accesorios desechables como los árboles y adornos navideños que anuncian y ambientan la navidad, pero intimidan y falsean el grado de la alegría, el poder y la gracia. Llegan los días de entregar cuotas, o los descuentos al sueldo para hacer la fiesta de fin de año, la novena del barrio, el encuentro familiar, el regalo al niño pobre, la prima del portero, la limosna a la iglesia… reduciendo el sueldo a su mínima expresión. Llegan los días de la misma música festiva y sosa de todos los años, que nos llenan de alegría, nostalgia o aburrimiento. Llegan los días de ver a decenas de niños quemados por la pólvora a lo largo y ancho del país, por la bárbara y desconcertante costumbre de seres salvajes y brutos de quemar pólvora animados por la iglesia católica, y la falta de pantalones de los congresistas y alcaldes incapaces de prohibirla del todo. Llegan los días de villancicos y melodías para el teléfono celular que nos obliga a pensar que estamos en la mejor época del año, así nuestro corazón esté triste, de luto, destrozado y melancólico. Llegan los días de locutores ridículos que en la radio se dedican a la burla y los chistes grotescos para captar audiencia al tiempo que educan a nuestros niños en la guachería y la recocha indeseable. Llegan los días de dar y recibir regalos que no queremos o no podemos por falta de ánimos o de dinero, de comprar lo que no deseamos comprar, de oír la música que no nos gusta, de comer lo que no deseamos, de visitar a quien no queremos. Llegan los días de asesinos ebrios y motorizados con licencia de tránsito para matar porque la ley hoy en día los exonera del peso de la justicia como debe ser. Llegan los días de luces y parafernalia engañosa, de la felicidad comprada, de rezos sin mística, de excesos obligados, de gastos innecesarios, de imprudencias, de soñar con la paz y la esperanza de días mejores, de frases huecas y poco sinceras dichas sin el sentimiento y el corazón como:


¡Feliz navidad para todos!

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