por:
MARCO ANTONIO VALENCIA
Me cuenta Sófocles que cuando Edipo llega a Tebas, en la entrada del pueblo se encuentra con una Esfinge, mitad mujer y mitad león que se come a los caminantes que no le responden un acertijo. Edipo con inteligencia vence el monstruo y la gente lo convierte en rey. Con los años Tebas es atacada por una plaga y el rey acude a un oráculo que le dice que la calamidad pasará cuando el asesino del rey anterior sea castigado. Como no entiende, visita a Tiresias, un maestro ciego y sabio que le recuerda a Edipo que él mismo fue quien mató a Layo en una pelea insignificante y olvidada; pero además, que Yocasta la reina, es su verdadera madre. El tipo se vuelve loco, se saca los ojos, y la madre, avergonzada se suicida.
Traigo esta historia de la dramaturgia griega para hablar del maestro Tiresias, frente a la ansiedad perpetua que ha tenido el hombre por conocer, por tener información para actuar de manera correcta. En el drama de Edipo, sus protagonistas actuaron guiados por la duda y la ignorancia ante al destino.
Desde siempre el hombre ha sido guiado por la necesidad. Y para ello ha desarrollado un mundo lleno de ingenios tecnológicos que le permiten interpretar y dominar la naturaleza. Los oráculos de hoy son computadoras asombrosas en manos de personas inteligentes que las interpretan.
Inteligencia humana que se forma en escuelas y universidades bajo la tutela de maestros como Tiresias. Y aunque los profesores siguen siendo un poco ciegos (y algo pobres) como el viejo del drama, son gente digna que veneramos y agradecemos. Seres que en nuestro caminar hacia la vida adulta, nos ayudan a comprender mejor los enigmas de la existencia.
Las nuevas generaciones necesitan esperanzas y los políticos ya no saben cómo hacerlo ni pueden hacerlo, entonces nos quedan los maestros en la escuela. El hombre es lo que la educación hace de él, dijo Kant. Entonces el maestro tiene el gran compromiso de enseñarnos a aprender. Sí, a aprender sobre lo que nos dice la naturaleza, el otro y la vida misma; así como a amar… si, se aprende amar y a querer, como se aprende a valorar la amistad y la justicia.
Los maestros, podrían si quisieran inclinar la balanza social para construir las utopías sociales que los pueblos necesitan con más sentido humanista y menos economicista. Los profesores buenos, los Tiresias del nuevo siglo, podrían, si quisieran, enseñar a soñar con pueblos mejores… y no a denigrar y a odiar al Estado como lo hacen cierto seres resentidos camuflados de docentes.
Las palabras de un maestro sirven para modelar la forma de pensar y ver el mundo de niños y jóvenes; pero lastimosamente no todos los maestros son cultos, ni éticos ni conocen de la virtud. Lo que hoy somos, lo determina de muchas formas la escuela. Si tenemos maestros positivos, pesantes y animados, vamos a tener sociedades dispuestas a la transformación positiva de la nación. De lo contrario, corremos el riesgo de seguir vagando ciegos y tristes por esta vida como Edipos en pena.
Pos-nota:
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