lunes, 18 de septiembre de 2017

EL MISTERIOSO SECRETO DE LAS PROCESIONES

Marco Antonio Valencia Calle
Escritor - poeta

obra de Adolfo Torres
Las procesiones de la semana santa son ecos sutiles de rituales frágiles que conectan al hombre con circunstancias incomprendidas de otros tiempos. Huellas irrepetibles donde un hombre tembloroso quiso entender los misterios percibidos en la noche mirando algo extraño vibrando en el cielo.
Cada procesión a la que asistimos nos permite captar elementos distintos de su naturaleza indeleble, y el sentimiento que nos asiste frente a ella. Un sentimiento que parece el mismo, pero que en realidad es distinto cada año. Es como un poema que se va gestando en un nuestro espíritu, en el ser que nos habita en la inquietante lucidez de la  infancia recuperada.
Cada año descubrimos en ella un detalle nuevo, un gesto desconocido, un movimiento sutil, un acorde musical que ya habíamos escuchado pero no habíamos detallado, por estar ensimismados en toda esa orgía de silencios, olores, visiones, imaginarios, susurros, acordes y liturgias que se despliegan al mismo tiempo, en el mismo instante, y que hacen de cada noche una obra de arte  viva e irrepetible.
En semana santa hay que dejarse fluir a través del momento, la solemnidad del rito y el asombro de saber que se está vivenciando algo tan misterioso como el vuelo de un colibrí, o el alma puesta sobre el silencio en medio de la nada cuando las flores cubren lo que no somos.
Cada noche, es como un eterno poema en construcción que obliga a estar dispuesto a leerlo una y otra vez desplegando todos nuestros sentidos, silabeando versos y rimas, con nuestra atención puesta en significados dispares. Concentrados. Muy concentrados.
Las procesiones de semana santa son un misterio que hay que vivenciar como la escritura de un poema sin saber a ciencia cierta por qué lo hacemos, para qué sirve. La semana santa, al igual que un poema, es una fracción de tiempo vivido que implica -y no necesariamente justifica- la presencia de un Ser al otro lado del cielo, pero sin saber si las plegarias serán atendidas.
Dejar de participar en las procesiones de una semana santa, es dejar de hacer un poema. En Popayán por eso es que todos somos poetas, sin excepción. En Popayán, todos quienes amamos a la madre patria sin hipocresías, participamos con devoción, sin dudas, sin sospechas, sin preguntas, en algo que nace de nuestras entrañas y nos hace diferentes, únicos. Es un mandato intrauterino que nos saca de la comodidad del hogar para llevarnos al silencio místico del poema cada noche, cada día. Es una cita con la tradición, el asombro, la oración y el misterio. Y como si una voz interna nos señalara el camino participamos de las procesiones una y otra vez, con la convicción férrea de saber que siempre es lo mismo pero cada año será distinto.
Un poema es un juego con la luna, con el silencio, con la noche, con el amor. Así son las procesiones de semana santa: un juego con la con la música sacra y una tradición que  impresiona hasta hacernos temblar de miedo o alegrías muy íntimas. Una energía majestuosa, que si uno logra vivenciar en sus adentros le rompe las fibras, le recobra el eco de los minutos perdidos en el pecho. Es cuestión de voluntad saber entender, querer saber, intentar vivenciar.
Para un carguero participar en una procesión de semana santa cada año tiene un significado distinto. Una noche será vanidad, otra orgullo, otro un atisbo de fe, otro tal vez la nada, otro la costumbre, pero… hay un año, oh Dios, en que todo lo entiende; un año que entiende que todos sus esfuerzos y osadías hacen parte del engranaje de la vida para que el poema surja, y cobre su inmensidad.
Para una sahumadura, cada año es, y debe ser un milagro distinto. Un año puede ser revelación, el otro amor infinito, y sin entenderlo mucho y saberlo poco, oh Dios, hay un instante de la noche que una visión salida de la nada la conecta con un extrañamiento sublime, una especie de epifanía que se siente en la fibra más íntima y no se ve. La poesía es eso. Así es la poesía.
La poesía es un asunto personal. Y el que la vive, el que logra encontrarle la clave y entender las magnificencias de sus relámpagos, volverá a ella una y otra vez para encontrar la fe. No sé en qué, ni en qué momento, pero la encuentra.
Las procesiones para  los que no logran vislumbrar su magia de ritual no tiene sentido y pueden inducir a pensar que todo es un acto repetitivo, que no pasa de quimeras y vanidades. Pero cuando se tienen la valentía y la inteligencia para estar allí como se tiene que estar: con el espíritu abierto, en silencio, dispuesto, concentrado en los detalles, y alerta como un guerrero que será investido caballero después de una noche tras otra, se va encontrando la fe, el sentido… y es como si se abrieran las nubes del cielo para dejarlo ver todo, para comprenderlo todo.
No es gratuito que haya tantos enamorados de la luna, como tantos ciudadanos del mundo enamorados de las procesiones de la semana santa de Popayán.




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