URIBE: “SEÑOR DEL ODIO”
MARCO ANTONIO VALENCIA
CALLE
El título de esta
columna: “el señor del odio”, es en realidad el título de un video-juego donde hay
que luchar contra un demonio llamado Mefisto, el señor del odio, hermano de Baal, señor de la
destrucción, y de Diablo: señor del terror (la coincidencia poética con la vida
de Uribe y lo que proyectan los espíritus que lo habitan, o la fama de sus
amigos, es ironía literaria).
Y hago esta analogía, porque defender a Uribe, es como
ser abogado del diablo. Y hablar de Uribe para algunos, es como si les hablara
de Mefistófeles, conocido desde el renacimiento europeo y cuya etimología
significa “el que no ama la luz”; y quien no ama la paz, es como quien no ama
la luz. Pero en otros idiomas, ese mismo nombre indica “destructor y mentiroso”,
es decir, lo que encarna Uribe para muchos; y más en estos días cuando soñamos
con un eventual proceso de paz y Uribe es pieza clave del mismo.
El personaje literario, leo en Wikipedia, representa
la forma más refinada del mal, igual que Uribe para algunos. Es una figura
tragicómica, igual que Uribe; un personaje que se desgasta y se derrota a sí
mismo en sus propias teorías, igual que Uribe; que se caracteriza por tener una
mente fría y de aparente lógica para atrapar sus millones de seguidores, igual
que Uribe.
El alemán Johann Wolfang von Goethe, escribió “La
trágica historia del doctor Fausto”, donde un viejo cansado y frustrado le
vende su alma a Mefistófeles a cambio de juventud, conocimientos y una bella
mujer. Pues con Uribe pasó lo mismo: los colombianos después de padecer una larga
guerra y muchas frustraciones por alcanzar la paz, le vendimos el alma, y le dimos
ocho años de gobierno para pacificar la nación desde lo militar, pero no se pudo,
y sentimos que nos engañó. Y la lección histórica es que por ese camino no es,
porque los excesos de la guerra dan asco y porque la violencia genera
violencia.
Hoy Uribe con sus comentarios en contra de un proceso
de paz negociado es un mal necesario, porque su discurso disidente pone al
gobierno y a la nación a pensar en los argumentos para responderle a la gente y
a la historia. Al menos este supuesto enemigo de la paz es público, y tiene
argumentos. Pero hay otros más peligros por debajo de la mesa, y de esos es que
tenemos que cuidarnos.
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