MARCO
ANTONIO VALENCIA CALLE
“El Señor del Póker” no es otro que el
Presidente Santos, por su afición a este juego de “apuestas” que usa para
obtener provecho en la vida política. Pruebas de ello son el “as bajo la manga”
que sacó hace unos días para firmar la paz con la Farc, que además de ser la
aspiración de los colombianos le asegura su candidatura para la reelección; así
como sus propuestas de “prosperidad democrática” donde intenta pasar a la
historia, cañando con una “flor imperial” en pro del desarrollo con una
“baraja” de cinco temas fundamentales: innovación, agro-industria,
infraestructura, vivienda y minería.
Pero creo
que “Al Señor del Póker” le faltó más cálculo para ganar en las apuestas que
está haciendo; o mejor, que le falta hacerse al “comodín” para la victoria
total. Sencillamente porque apostarle tanto a la paz como al progreso, requiere
educar al ciudadano común en esos temas. Y esa falta de preparación mental es
la que tiene varadas sus locomotoras por un lado; e incluso, a ello se deben los
pronunciamientos negativos o de “optimismo-moderado” frente a una firma de paz
con la guerrilla.
El Señor
del Póker debe escuchar al Arzobispo Desmond Tutu, líder de la Comisión para la
Verdad y la Reconciliación sudafricana, cuando advierte sobre la dificultad de
poner a conversar a enemigos sobre un destino compartido cuando hay tantas
heridas, intereses y deseos de venganza. Y a los colombianos nadie les está
hablando del tema.
Por eso, “la
educación para la paz y el desarrollo” debió ser pilar y motor del gobierno
Santos, y los maestros del Estado sus agentes más directos. Pero no, a los
colombianos nadie les está hablando de paz, y los maestros más bien son otro
conflicto del Estado.
En este país la educación se nos convirtió en un
casino de intereses privados y no una apuesta para el desarrollo humano. La
educación se volvió asunto de contratos y mercadeo, de sindicatos y contrataciones
que huelen a corrupción y politiquería, y por allí se le puede ir la paloma a
Santos.
Si el Señor del Póker quiere la paz, y hacerse a un
puesto en la historia como el hombre que llevó al país al desarrollo, tiene que
sacarse de la manga la “carta alta” o “el as del palo”. Si quiere ganar, tiene
que comenzar ya mismo un proceso de re-educación del espíritu de los
colombianos. Es necesario educar al país para lograr lo que parecen imposibles:
la paz y el desarrollo, que se miden en pobreza e ignorancia.
Una paz por decreto, o por firma de las partes
mientras la gente camina con “el corazón partió y hambre en sus estómagos”,
jamás será una paz cierta. La pacificación y el compromiso ciudadano para salir
del subdesarrollo y ser competitivos a nivel mundial, se logra con el
compromiso del magisterio, que hoy por hoy no es otro que un invitado de piedra
para pactar lo fundamental.
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