En alguna parte escuché que es distinto vivir solo que en soledad.
Vive solo el que no tiene familiares ni amigos a quien acudir para conversar, curarse las heridas sociales, pedirse una ayudita en los días de salarios atrasados, celebrar un cumpleaños, darse una peleadita cariñosa porque gastaron el agua caliente, o porque se comieron el postre.
Y se puede uno sentir solo a pesar de tener mil compañeros de trabajo, dos mil familiares celebrando el cumpleaños, 18 hermanos en la misma habitación y andar de fiesta de jueves a domingo con mucha gente. En otras palabras, estar acompañado no nos previene de ser solitarios.
“La soledad” es otro cuento. Vivir la soledad es distinto. El solitario que vive la soledad, puede ser que viva feliz de su condición. Pero también que tenga el alma rota y ande regando por la calle melancolías, que le guste ver llover desde las ventanas y arrastre una sonrisa incomprensible y hasta se encandile con la luna. El que vive este tipo de soledad puede ser que tenga un amor ó hijos, y hasta la mamá viva, pero no se encuentra, no se haya, es un extraviado, un ser que quiere huir, pero no sabe adónde; que deja pasar los días sin más, que espera un milagro detrás de la puerta o la muerte al cruzar la esquina, para apagar tanta, pero tanta tristeza… es un asunto personal que otros pueden intuir en la mirada, pero nada más.
O por el contrario, hay gente enamorada de su soledad. Personas que se gozan el estar sin compañía, el no tener que conversar con nadie, ni tener que darle cuentas a nadie de sus actos. Y entonces anda por la calle tranquila, sin regar melancolías, ni mal genio, ni tiene odios para los que andan acompañados. Viven solos, sin pareja, no visitan a nadie, ni van a fiestas y se regalan todo a ellos mismos sin remordimientos.
Hay soledades transitorias necesarias para pensar en uno mismo, para reponer las energías, para aprender a quererse. Hay soledades alarmantes con llanto y mocos que necesitan psicólogo, o que nos manifiestan crisis social porque nadie nos quiere a su lado. Hay soledades necesarias para podernos concentrar en trabajos individuales sin gente interrumpiendo a cada rato. Hay soledades insoportables donde el teléfono no funciona y la gente que visitamos no esta… mejor dicho: hay soledades de soledades como solitarios de solitarios.
Para un ser sociable, una eventual soledad de sábado por la noche puede ser suicidante. Y los días domingos en trance de soledad son horribles.
¿Y qué decir de la soledad en el amor? ¿De aquellos días en que nuestro corazón y nuestro cuerpo quieren querer, desean amar, pero a nuestro lado no hay nadie?
A los ilusos se nos ocurre que un buen libro, la música, el Chat, el cine o los deportes pueden ayudar a pasar los días y la noches solitarias, pero no; ver llover silencios (en soledad) desde la ventana, no es para todo el mundo, hay que tener coraje para afrentar esta peste del nuevo siglo, que no mata, pero es muy triste y nos arrastra…
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