miércoles, 20 de julio de 2011

BREVIARIO

No me sorprende que la vanidad y la egolatría impuesta por los medios de comunicación, nos priven de la inteligencia y la cultura de algunos hombres para lograr el desarrollo de un pueblo.
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Los mundos felices no existen más allá del universo interior de cada uno de nosotros, pero gracias a los apegos que nos impone la sociedad, siempre esa felicidad es una cuerda floja que debemos cruzar, a menos que nos tiremos al agua para nadar por sí mismos; para ahogarnos en nuestras propias dichas y desdichas.
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El amor es una ficción tan falsa como la fe, pero la ignorancia, el vacío y la soledad que no sabemos manejar, nos vuelve creyentes hasta del amor, la más aberrante de las cadenas.
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La mentira es una página en blanco que todos los días tenemos la tarea de llenar. Es el almíbar de nuestros defectos negados, lo que odiamos en el otro, pero no aceptamos frente al espejo, a pesar de la ceguera tan evidente.
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Hay que despreciar a las personas que aprecian los bienes materiales más que a las personas.
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Vivir en el lujo, a la moda, con dinero no es un delito, ni algo moralmente malo; lo malo es cuando la persona se vuelve ilusas, pusilánime, vanidosa, engreída, derrochadora, y le ponen precio a todo, incluso a su amistad.
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La misión en este mundo es vivir, y para ello tenemos muchas opciones y formas de hacerlo. Pero un compromiso serio con la vida debería ser no tener hijos si corremos el riesgo reproducir en ellos la estupidez, la soberbia, la vanidad, el orgullo (y las religiones).
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Necesitamos que los grandes personajes que han venido haciendo la historia de nuestra generación se mueran de viejos (o hagan mutis) en medio de sus fracasos o glorias. Cuando estos se vayan se renovarán las ideas, y los adultos de hoy, sabremos si somos capaces de renovar las formas, las flores y los cementerios.
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Cada uno de nosotros lleva dentro de su corazón un silencio, un secreto, una visión, una idea, un sueño, una ilusión, una esperanza, un amor… en fin, llevamos una caja de cosas inexistentes y estúpidas, que sirven para engañar la realidad; y la pobreza, por supuesto.
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Somos una generación de esperanzas educada por una generación de desesperanzados.
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Decir que somos una generación que debe lograr la paz es una paradoja, porque fuimos educados (y somos hijos) de revolucionarios que soñaban con hacer la guerra.
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La buena vida cuesta y hay que pagarla. La pobreza social, política y espiritual que tenemos en este pueblo es porque fuimos (y somos) tacaños con la inversiones que hacemos en educación.

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