martes, 18 de marzo de 2008

LAS VACAS SAGRADAS

POR: MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

A las personas intocables de un grupo social, se les dice “vacas sagradas”. Y frente a ellos, el resto de parroquianos, como si fuéramos hindús, no podemos ni siquiera mirarle a los ojos, hacerle un reclamo o desconfiar de sus incapacidades.
Al menos en la India, la leche de una vaca sagrada es dadora de vida, pero por acá, estos reyezuelos inmamables son pura malaleche. Y se caracterizan por ser rosqueros, mafiosos, politiqueros, amigos del nepotismo, la dedocracia, el trafico de influencias, violadores de normas y ordenes en oficinas, empresas, barrios, etc.
En la India las vacas no le proporcionan al hombre ni leche, ni carne, ni cuero. Por allá las vacas son consideradas familia, y cuando muere una, la lloran como a la madre que los amamantó. Cuando se enferman, se ora y cuando nace una, hay fiesta. Entre nosotros, los occidentales, la cosa es distinta. Cuando se muere una “vaca sagrada” lloramos pero de la alegría; cuando se enferman, oramos para que se mueran rapidito, y cuando nace una en la empresa donde laboramos, empezamos a lamentarnos. Y si en la India tener una vaca sagrada es una bendición, entre nosotros, “un animal de estos” es un calvario, una aberración laboral, sindical, politiquero, o lo que sea.
Para lo único que sirven una vaca cebú de la India, es para parir bueyes de tracción. Por acá, las vacas sagradas son igual de inútiles, y lo único que jalonan son problemas para el resto de los mortales que tienen que aguantárselos: ya por borrachos, ya por incumplidos, por morbosos, por viejos gagás, malgeniados o porque siempre se resisten a cualquier cambio, así sea el cambio de clima.
Las vacas cebú aguantan cualquier situación posible. A las vacas sagradas de nosotros, provoca matarlas por inaguantables, porque no dejan sobresalir a los demás, empobrecen las empresas por su terquedad; y lo peor, no se mueren ni se jubilan nunca. Al menos en la India el excremento de las vacas sirve como fertilizante o combustible. Por acá, ojala sirviera para algo la caca y el blablablá de éstos animales tan abominables.
Las vacas sagradas miran por encima del hombro al resto de los mortales. Algunas de ellas se creen “crema y nata” de una sociedad. O peor: tuertos en un país de ciegos. Y las hay de dos clases: las inanes e incapaces, y las incapaces con iniciativa. Las vacas con iniciativa son una pesadilla, abundan en universidades y sindicatos y son gente que para hacerse notar regañan a todos en las asambleas por cualquier cosa. Ofrecen discursos y conferencias ridículas, asisten a cócteles de todo tipo, y pretenden que todos rían de sus proezas, mentiras y guachadas varias.
Las vacas sagradas de la India como las de por acá, se saben imprescindibles, importantes e intocables. Mejor dicho, se sienten como “la última cocacola del desierto” y son de fácil identificación: tienen contratos indefinidos, amigos o familiares en el poder que los protege, las cosas se hacen a su manera, no aceptan trabajo extra, llegan tarde, hablan mucho de lo que hicieron un día y ya no hacen, son descomedidos, cuestionan los cambios, no proponen nada, entorpecen todo, su voz quiere ser la última palabra, se creen superiores, su ley es la del menor esfuerzo; pero sobre todo, son un problema para todo y para todos. Y como cualquier vaca silvestre, suelen tirarse en un santiamén, cualquier pastal por paraíso que sea.

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