jueves, 20 de enero de 2011

LA NOCHE DEL TRAPECISTA

Era una noche de aburrimientos repetidos cuando Lupe (que puede llamarse Patricia o Sandra, o de cualquier manera) llamó a un numerito telefónico que apareció en el diario de su preferencia (que puede ser El Tiempo, El Liberal, el Diario del Sur o simple y llanamente El Espacio). El aviso en cuestión hacia referencia “a masajista a domicilio”, que en la mayoría de las veces, todos sabemos, es prostitución a domicilio (aclaro, digo en la mayoría de las veces, porque siempre hay excepciones a la regla. A veces no son masajistas, son ladrones profesionales a los cuales uno llama de manera inocente, prepara aceites, comida, vino y todos esos juguetitos para la acción relajante y resulta que lo que llega es un atracador a domicilio y nos deja con la baba en la boca y sin un centavo para llamar siquiera a la policía. Y lo peor, son ladrones tan pulcros y tan... que ni siquiera se atreven a violar a sus víctimas).

Bueno, Lupe o Patricia, o como se llame la fulana... llama al masajista, pero también llama a su mejor amiga para contarle que esa noche no piensa pasarla de aburrida anhelando la llegada de un príncipe azul, que nunca llega, porque por los pueblos los príncipes azules no asoman y cuando las señoras de pueblo van a las capitales, los príncipes azules no las voltean a ver, porque a ellos no les gusta las pueblerinas, entonces siempre les toca conformarse con un príncipe hechizo, es decir con un marido de pueblo de buena familia y dinero heredado... y todos sabemos que esos holgazanes de las familias de bien, que no son capaces de hacer plata por sí solos tampoco son capaces de hacer feliz a nadie, ni siquiera a su mujer los once minutos que debería durar –según Paulo Cohelo- una jornada conyugal normalita. Conclusión, la mujer, sin príncipe y sin sexo y peor, sin nada qué hacer, se aburre. Y el aburrimiento, como el ocio, es la madre de todos los vicios, desvaríos y prosmicuidades.

Bien, entonces la señora llama a su mejor amiga y le cuenta, porque el chisme es otra turbia pasión de las mujeres desocupadas que además de anhelar un príncipe brusco que las maltrate tipo tele-bobela mexicana “pasión de gavilanes”, andan mirando avisos de prensa para buscar masajistas a riesgo...

La amiga le cuenta a sus otras amigas y entonces mucha gente anda pendiente del asunto -menos el marido de la señora, pobre cornudo inocente-, y todas dicen respecto a su amiga entre risitas que disculpan “es que esa es una loca”, pero a muchas se les hace la boca agua por esa locura (sí es que ya no tienen su locura por allí con su tinieblo consolador de turno); Y partiendo de las premisas que toda mujer mal asistida en cama conyugal busca consuelo a domicilio y, que según el actor colombiano Robinsón Díaz, todas las mujeres que anhelan “una pasión de gavilán” con príncipe latinoamericano es que esta mal tirada (o mal maltratadas, según la feminista francesa Florens Thomas) la cosa se pone color de hormiga para el orgullo masculino.

A todo ese cuento queda el consuelo de los grandes pensadores como Voltaire que intentaba justificar los cuernos de su amante Châtelet (ojo, no de su mujer, sino de su amante) diciendo que toda mujer tiene espíritu libertino y alma de cortesana y no hay que darle más vueltas al asunto. Por ello respetarlas y amarlas con locura y desenfreno queda en el territorio de los poetas, los ilusos y los tontos (Y ojo poeta, iluso y tonto no son sinónimos, aunque en la practica, así parezca).
Bueno, a veces hay maridos que sabiéndose cornudos sacan revolver y ¡pum, pum! arman crimen y chisme pasional. Hombres cegados por el amor que no logran entender que ellas los aman a pesar de sus ronquidos, su barriga de camionero o su chequera menguada, y simplemente se han conseguido “un masajista” para desaburrirse en un pueblo donde no hay nada qué hacer,

Bueno, seguimos: “Era una noche de aburrimientos repetidos cuando Lupe...”

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