jueves, 8 de enero de 2015

EL HERMANO DE XIMENA (CUENTO)

http://www.proclamadelcauca.com/2015/01/el-cuento-del-martes-el-hermano-de-ximena.html


Marco Antonio Valencia Calle Marco Antonio Valencia Calle A Luis no le gusta salir a la calle los días de carnaval. Su madre trata de disculpar su carácter adusto y serio diciendo que tiene la sangre azulosa de los aburridos, pero su hermana Ximena, la más dicharachera y graciosa de la familia dice que sencillamente tiene la sangre cuajada, pero que si se atreviera a untarse de gente en una verbena con músicos en vivo, todo lo mestizo, lo indio y negro que le corre por sus venas se le convertiría en felicidad. A Luis no le hacen gracia los comentarios de su hermana. Ella es de las que se va vestida de camiseta blanca y jean en busca de las alegrías de carnaval y regresa al otro día, si es que regresa, con el cuerpo estrujado, los ojos rojos, el cabello hecho un pegote y una sonrisa bobina que le dura semanas. A Luis le gustan las corridas de toros. Cuando hay cartel, saca un sombrero blanco, llena una bota de sangría, invita dos amigos y va a la plaza de toros. Cuando regresa, viene hablando de muletas, capotes, reboleras, verónicas pases de espalda, desplantes, naturales y estocadas. Su hermana es anti taurina y discuten, o bueno ella discute, porque él solo asiente y dice “si, sí, claro”, pero no alega ni contesta nada porque piensa que no hay nada más estéril que discutir con un activista. La única vez que intentó defenderse fue más bien para afirmar que se uniría a la causa de los que defienden la vida de perros, gatos y toros si de igual forma salieran a defender la vida humana, y ya. No volvió a decir nada y soporta con estoicismo los reclamos de Ximena “por gastarse la plata en un circo viejo sin argumentos para la diversión en el siglo XXI”. A Luis le gusta sentirse muy popayanejo los días de carnaval y por eso le pide a su madre que para estos días le tenga tamales y empanaditas de pipián con gaseosa Quin, que para los refrigerios le tenga carantanta y hojaldras. En cambio, Ximena se dedica a preparar sabajón con leche, aguardiente, yemas de huevo, canela y azúcar y se lo toma con sus amigas en un concierto de risas y chismes “porque la vida es un carnaval”. A Luis le gusta mirar la gente que se dedica a vivir la fiesta desde el balcón de su casa. Mira a los muchachos de su barrio que gritan y saltan como si fuera el fin del mundo y se dice que así mismo debieron bailar, cantar y gritar los negros esclavos cuando la Corona española por los años de 1600 dio permiso para iniciar estas festividades. A Luis le gusta contar la historia que ha leído. Cuando la corona española les dio permiso a los negros esclavos para tener un día libre y celebrar religiosamente los días de reyes, ellos le metieron música, relajo y carnaval. Luego vino la moda de untarle la cara a los blancos con betún o carbón para que se vieran la piel de negro, y luego el blanco comenzó a usar harina para pintar al negro de blanco. Y como ni el blanco quería ser negro ni el negro blanco, se comenzaron a echar agua para lavarse de manera inmediata, pero con los años echar agua se volvió juego, y el juego se convirtió en desorden y patanería, y entonces la fiesta se volvió un relajo inadecuado. A Luis le fascina contar que hubo una época, cuando la ciudad era pequeña, que la gente de Popayán se empoderó de las fiestas de Reyes Magos para hacer un desfile de carrozas que salían de los barrios hasta llegar al parque central donde representaban una obra de teatro de cuando los reyes llegaban a visitar al Niño Dios. A Luis las tradiciones le parecen importantes, y cree que el día que bautizaron Carnavales de Pubenza a la fiesta de blancos y negros, que por alguna época se llamó Fiesta de Reyes Magos fue buena idea porque así se le da identidad propia a una festividad general. Y cuenta que se llama de Pubenza para rendirle homenaje a los indígenas que vivían en la meseta de Popayán cuando llegaron los conquistadores. A Luis no le gusta salir a la calle los días de carnaval, pero se alegra que el pueblo tenga un espacio y un lugar para expresar su alegría, vivir la música; y que los jóvenes puedan tener entretenimiento a lo grande organizado por el gobierno local. Se toma un sorbito de su gaseosa Quim, cierra los ojos y disfruta del descanso mientras se dice que cada quien tiene su forma de vivir, y ya.

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Marco Antonio Valencia Calle Marco Antonio Valencia Calle A Luis no le gusta salir a la calle los días de carnaval. Su madre trata de disculpar su carácter adusto y serio diciendo que tiene la sangre azulosa de los aburridos, pero su hermana Ximena, la más dicharachera y graciosa de la familia dice que sencillamente tiene la sangre cuajada, pero que si se atreviera a untarse de gente en una verbena con músicos en vivo, todo lo mestizo, lo indio y negro que le corre por sus venas se le convertiría en felicidad. A Luis no le hacen gracia los comentarios de su hermana. Ella es de las que se va vestida de camiseta blanca y jean en busca de las alegrías de carnaval y regresa al otro día, si es que regresa, con el cuerpo estrujado, los ojos rojos, el cabello hecho un pegote y una sonrisa bobina que le dura semanas. A Luis le gustan las corridas de toros. Cuando hay cartel, saca un sombrero blanco, llena una bota de sangría, invita dos amigos y va a la plaza de toros. Cuando regresa, viene hablando de muletas, capotes, reboleras, verónicas pases de espalda, desplantes, naturales y estocadas. Su hermana es anti taurina y discuten, o bueno ella discute, porque él solo asiente y dice “si, sí, claro”, pero no alega ni contesta nada porque piensa que no hay nada más estéril que discutir con un activista. La única vez que intentó defenderse fue más bien para afirmar que se uniría a la causa de los que defienden la vida de perros, gatos y toros si de igual forma salieran a defender la vida humana, y ya. No volvió a decir nada y soporta con estoicismo los reclamos de Ximena “por gastarse la plata en un circo viejo sin argumentos para la diversión en el siglo XXI”. A Luis le gusta sentirse muy popayanejo los días de carnaval y por eso le pide a su madre que para estos días le tenga tamales y empanaditas de pipián con gaseosa Quin, que para los refrigerios le tenga carantanta y hojaldras. En cambio, Ximena se dedica a preparar sabajón con leche, aguardiente, yemas de huevo, canela y azúcar y se lo toma con sus amigas en un concierto de risas y chismes “porque la vida es un carnaval”. A Luis le gusta mirar la gente que se dedica a vivir la fiesta desde el balcón de su casa. Mira a los muchachos de su barrio que gritan y saltan como si fuera el fin del mundo y se dice que así mismo debieron bailar, cantar y gritar los negros esclavos cuando la Corona española por los años de 1600 dio permiso para iniciar estas festividades. A Luis le gusta contar la historia que ha leído. Cuando la corona española les dio permiso a los negros esclavos para tener un día libre y celebrar religiosamente los días de reyes, ellos le metieron música, relajo y carnaval. Luego vino la moda de untarle la cara a los blancos con betún o carbón para que se vieran la piel de negro, y luego el blanco comenzó a usar harina para pintar al negro de blanco. Y como ni el blanco quería ser negro ni el negro blanco, se comenzaron a echar agua para lavarse de manera inmediata, pero con los años echar agua se volvió juego, y el juego se convirtió en desorden y patanería, y entonces la fiesta se volvió un relajo inadecuado. A Luis le fascina contar que hubo una época, cuando la ciudad era pequeña, que la gente de Popayán se empoderó de las fiestas de Reyes Magos para hacer un desfile de carrozas que salían de los barrios hasta llegar al parque central donde representaban una obra de teatro de cuando los reyes llegaban a visitar al Niño Dios. A Luis las tradiciones le parecen importantes, y cree que el día que bautizaron Carnavales de Pubenza a la fiesta de blancos y negros, que por alguna época se llamó Fiesta de Reyes Magos fue buena idea porque así se le da identidad propia a una festividad general. Y cuenta que se llama de Pubenza para rendirle homenaje a los indígenas que vivían en la meseta de Popayán cuando llegaron los conquistadores. A Luis no le gusta salir a la calle los días de carnaval, pero se alegra que el pueblo tenga un espacio y un lugar para expresar su alegría, vivir la música; y que los jóvenes puedan tener entretenimiento a lo grande organizado por el gobierno local. Se toma un sorbito de su gaseosa Quim, cierra los ojos y disfruta del descanso mientras se dice que cada quien tiene su forma de vivir, y ya.

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