Hay personas cuyo sueño más grande es la jubilación para poder haraganear a sus anchas; y mientras llega, fantasean con tener días libres para hacer pereza. Olvidan que la jubilación, como la pereza, a veces, es la antesala del ser inservible, de la muerte misma.
La pereza nos tiene en la pobreza (material o espiritual) que vivimos. La pereza nos impide alzar la voz para decir basta de injusticias, o nos hace ser indiferentes a todas las angustias del mundo que desfilan por los noticieros de televisión. Por culpa de la pereza vivimos en medio de costumbres insanas, en la ignorancia, en la desidia… pues nos da flojera hacer esfuerzos para estudiar, hacer arreglos caseros, aprender algo nuevo, cambiar tradiciones, mudarnos, hacer nuevos amigos, cambiar de trabajo, dedicar tiempo extra…
Si la pobreza para los ricos es casi una ley natural, como dicen los mismos ricos; la pereza suele ser para los pobres de espíritu la sal de sus días, así como para los ignorantes la ficha reina de su tablero. Y aunque la pereza vive camuflada como un demonio en el corazón de todos, los alfabetizados y exitosos no podemos desconocer las ignominias de este mal, porque tener éxito o salir de la pobreza cuesta riesgo y sacrificio; pero no todos somos héroes capaces de combatir la pereza y ganarle la partida.
Una vida tranquila y calmada no significa una vida de pereza, el ocio del joven no es lo mismo que dedicación a la pereza, divertirse con juegos y turismo no es sinónimo de pereza. Los que se tiran a una hamaca todo el día no hacen pereza, viven su costumbre.
La pereza en sí misma no es ni buena ni mala, pero en funcionarios públicos o empleados de servicios de atención al cliente, es un vicio enojoso, cuando en vez de trabajo ofrecen bostezos, lentitud, disculpas, incumplimientos, desidias, falta de iniciativa, ganas de jubilación… y entonces, es cuando dan ganas de matarlos.
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