sábado, 20 de noviembre de 2010

VALPARAISO: “ES TAN CORTO EL AMOR Y TAN LARGO EL OLVIDO”

Viajar ilumina la esperanza, nos quita velos y nos hace entender que somos partículas pequeñas en un mundo inmenso. Los invito a viajar conmigo en el 2.010.
En los malecones de Valparaíso, en el barrio Santo Domingo de Chile, visité un bar inolvidable (de cuyo nombre quiero acordarme pero la memoria no me alcanza). Allí un hombre de barbas a lo papá Noel, sombrero maltrecho y dedos de mago, que tocaba en un acordeón milongas y tangos, dependiendo del trago que uno le invitara, me habló de los crímenes de lesa humanidad que significan los golpes de estado y los presidentes perpetuos. Desde la puerta del bar se podía ver un cielo bermejo sobre un mar azul intenso que estremecía. Por eso es la joya del Pacífico, me dijo la mesera, poniendo sobre mi mano un pisco saguar (una mezcla de aguardiente, limón, azúcar, clara de huevo y hielo picado). Cuando le dije que era poeta, “la mina” me dijo que la bebida era gratis y me dio un beso largo, salivoso, estremecedor que recibí con los ojos abiertos (¡Pucha!: “es tan corto el amor y tan largo el olvido”, escribió Neruda).
A los poetas se les atiende bien me explicó el viejo acordeonero, porque ellos escriben cosas bonitas que traen turistas, y porque gracias a esas palabras bonitas, la ciudad fue declarada patrimonio de la humanidad (por la Unesco en el 2003). Al momento me rodearon un grupo de mujeres de todos los colores y todos los idiomas. Hermosas hetairas que viajaban de todas partes del mundo a esperar marineros que pagaban sumas escandalosas por besos y caricias. Por mil dólares me dejo besar en la boca, por dos mil me dejo pegar, y por tres mil lo hacemos sin condón, me dijo una japonesita menudita tratando de ilusionarme. (“Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos…” cantó su tango el acordeonero para confundir esa tristeza que da, en medio de las alegrías).
En “La Sebastiana”, la casa de Pablo Neruda conocí al poeta Juan Jara (familiar de Víctor Jara, canta autor asesinado por las fuerzas represivas de Pinochet por los delitos de pensar y soñar distinto). La casa de Neruda queda en el cerro de Bellavista, es estrecha y parece un laberinto de escaleras. Hoy en día tiene un salón de videos, muchas colecciones que pertenecieron al poeta y es administrada por una Fundación que agenda eventos culturales. Desde el altillo se pueden ver las viviendas deslizándose hasta un plan que colinda con la bahía, y claro: el cielo del mar confundido con el cielo de la poesía y la luz de los inmigrantes (se supone).
Para ir a La Sebastiana me di el gusto infantil de subir a un funicular. Luego Jara me hizo montar entrolebús, almorzar merluza frita y me llevó hasta las puertas del edificio El Mercurio (el periódico de habla hispana más antiguo del mundo) para que me hicieran una entrevista. Tuve que confesarle a Juanito que yo era un poeta de auto-publicación. – ¡Chuca!, puta la weá ¿O sea que no sos famoso? Entonces vos sos como yo, -dijo-, un desconocido para el mundo editorial, cachai? ¿Uno de de esos que publica libros fomes que ni la mamá lee, cachai? ¿Un cabro que visita tumbas de poetas para que se le pegue le huevada, cachai?, choca esos cinco hermano latinoamericano. ¡Puta la weá, si será pequeño el mundo, cabro! Y en un claro viso de humor negro me arrastró hasta al museo del Payaso y el Títere…
Bueno, luego también visitamos el Museo de Historia Natural para terminar en una fonda cerca del mirador O'Higgins, tomando cerveza Austral, no crean que todo fue un rosario de decepciones.

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