domingo, 27 de junio de 2010

EN LA MUERTE DE MI ABUELO

Marco Antonio Valencia Calle
El ángel de la Muerte visitó mi familia el pasado fin de semana. Vino por mi abuelo Germán Calle Giraldo, y aunque todos estábamos advertidos de su presencia merodeando su cama, no deja de ser un impacto estremecedor que uno de los nuestros fallezca, y la tristeza ha corrido como lluvia por los ojos de allegados y herederos.
Muere a los 90 años por voluntad propia, digo yo, pues hace 15 días dejó de comer y no hubo poder médico ni consejo humano que lo hiciera cambiar de opinión. Decía que desde joven, la muerte siempre lo miraba vigilante “pero no se atreve a tocarme porque en mi boca tengo el Salmo 91”. En su historia de trotamundos contaba que en 35 años de viajero cientos de veces peligró su vida en el sinnúmero de travesías que hizo por Colombia pero nunca le pasó nada grave. Él mismo se aterraba por los años vividos, y cuando los dolores del cuerpo y del alma le quemaban el pecho preguntaba por la muerte, nunca por un médico. Muchas veces le escuché decir que “El secreto para vivir mucho, es no tener miedo a morir y tener a la mano el Salmo 91”.
Pero su corazón de viajero no soportó quedarse enfermo en una cama, y comenzó a soñar con las emociones del Viaje Eterno, y sin preguntarle a nadie, tal vez sin él mismo darse cuenta, se preparó para la nueva aventura. Se volvió cristiano practicante, se leyó La Biblia completa varias veces como si fuera un manual para viajeros, y se encerró en su cuarto a orar y meditar de rodillas como un santo hasta que se sintió de espíritu liviano. Cuando salió de sus meditaciones, nos pidió perdón a todos por los abandonos y desaciertos, y sentado en la sala comenzó a vigilar el comportamiento de la familia como tratando de adivinar los horizontes y avatares de su descendencia, o quizá… atrapando recuerdos para su nuevo viaje.
Murió en casa, en su cama, rodeado de sus hijas, un enfermero y el Ángel de la buena Muerte mirando como el viejo le renovó su amor a mi abuela Carola, mientras le agradecía y le pedía perdón –una y otra vez-, por tantas equivocaciones...
El viejo comprendió, después de tanto viajar, de tantos malabares y hazañas por ríos y carreteras en búsqueda de Dorados y fabulas de ilusiones, que el único lugar donde vale la pena vivir es en el corazón del ser amado, en la tierra donde están los hijos, en el regazo de la familia.
Con la profunda ausencia que la muerte de un ser tan cercano nos deja, pienso en esta gran lección de amor y perdón que mis abuelos nos brindan.
“Germán y Carola”, después de 70 años de amores, 7 hijos, más de 20 nietos y una historia de incertidumbres, nos han enseñado que el amor “hasta que la muerte nos separe” es posible; que hay que luchar por el amor porque en el reino de los sentimientos nada es fácil; pero sobre todo, que hay que saber pedir perdón y perdonar a tiempo… antes que el Ángel de la Muerte ponga sus ojos sobre nosotros… y no todos vamos a tener la suerte de vivir 90 años, a menos que lo del Salmo 91 sea verdad, y al leerlo todos los días estemos fuera de todo mal y peligro.
Nota: Paz en tu tumba abuelo. Gracias en nombre de la familia Calle Martínez por el acompañamiento y mensajes de condolencia. Gracias al enfermero Ever Salamanca de la Fundación “Sabemos cuidar” por su esmerada asistencia.

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