POR: Marco Antonio Valencia Calle
El cielo en Duitama es de plomo,
la sonrisa de la gente saben a miel y las panaderías tienen delicias
insospechadas. La cerveza es casi gratis y la poesía, como la música y la danza
brotan por ahí, como la lluvia, detrás de cada instante.
En el Encuentro Internacional de
Literatura Lit 2015, que organiza Elizabeth Córdoba en Duitama me encontré con
el carismático escritor Jorge Eliecer Pardo, dando a conocer una obra
novelística para hacer memoria del dolor de la patria y que hace temblar los
cimientos de la historia que nos llevarán a la paz; a un par de muchachos de raíces invertidas,
como los furibundos detectives salvajes de la novela de Bolaño capaces de
hablar sin pestañear ni respirar de teorías poéticas, de poemas y poetas por
días enteros como si fuera lo más vital de la vida. A un enorme Guillermo
Velásquez, tan parecido a una foto de Nietzsche, pero más profundo, genial y
sensible que el mejor de los cuentistas
latinoamericanos. A una poeta como Elizabeth, leyendo un bestiario del miedo
llamado Páginas Partidas que debió titular “una temporada en el infierno”, así
ese título ya estuviera usado, por su dramático canto a la desesperanza. A una mujer como Denisse, que baila sobre la
vida en notas poéticas de un erotismo vibrante, tocando todos los instrumentos
de la banda musical sobre las noches de verbena que como una pitonisa, prometió
hacerme millonario antes del diluvio. Pero allí también estuvo Winston Morales,
un poeta de aires invisibles, de presencia discreta, que rompía los silencios
del mundo cuando sacaba poemas de una región de la no existencia en la cual
todos habitamos pero nadie conoce. Un
librero autentico, de esos que se lee los libros antes de venderlos, que se llama Mutus, de esos que celebran el oficio
para tener el pretexto de leer, de esos que buscan saciar la vocación primero y
luego, si queda alguna moneda piensan en atender las necesidades del estómago.
A un poeta como Julio Sierra, que lleva todo el alboroto del Caribe en su
presencia y encandila de mar y sol todo a su alrededor con su palabras y cantos.
Y Georgina, la poeta vidente venida de
Grecia, que con solo abrazar a un poeta le abre el corazón para leerle sus
versos más íntimos. Un poeta como Elkin Jiménez que mira el cielo para clamarle
a las musas, mientras la poesía vibra a su lado, como una flor, como un jardín.
Un argentino auténtico, que monta un bar llamado Café Baires para empapelarlo
con el espíritu de Borges, Cortázar, Mafalda y todos sus héroes vivientes en
las tinieblas literarias de su país. Una mujer delicada como Mathilde, que
respira versos como flores y que cuando sonríe llena de paz el universo. Y
claro los cronopios de Mario Duarte y Oscar Perdomo Gamboa, que saben hacer de
la tertulia, y de la amistad, un rito imborrable en las noches frías, donde
Líder manda, donde la palabra reina.
Y como el tiempo no se estira más
allá de las horas, el encuentro se acabó, pero los amigos quedamos en línea,
para continuar las tertulias, compartir los poemas, leer las novelas.
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