MARCO
ANTONIO VALENCIA CALLE
Twitter:@valenciacalle
Para
la pascua de resurrección salen fantasmas en Popayán. A eso de la media noche
es normal encontrarse apariciones, demonios menores y monstruos del más allá;
así como florecen las maldiciones y cobran vida los cantos de hadas.
A
los espectros y fantasmas se les tolera, siempre y cuando no le hagan daño a
nadie. Pero a veces, bromistas o de
comportamiento dañino, causan estragos en la vida de las personas. Y por ello,
los que saben de la materia, recomiendan andar con un crucifijo de plata para
evitar ser víctima de sus encantos o circunstancias de terror. La historia del
espectro de Oscar Wilde en Popayán, tiene un contexto necesario de explicar, y
pido paciencia al lector.
El
poeta Guillermo Valencia, que es como el García Márquez de Popayán, en la
medida que creó un mundo cultural y literario para la ciudad, contaba que
estando en el café Kalisaya de París por los años de 1900, departió con Oscar
Wilde, pocos meses antes de su muerte. Decía que el irlandés ya parecía un
espectro, esos seres de cara verde, semblante demacrado y mal reflejo en la
mirada; y que días después, recibió un ejemplar de “La Balada de la Cárcel de
Reading” con la dedicatoria “To Mr. Valencia”, libro que guardó como una joya y
hoy podemos admirar en el Museo Valencia de la carrera sexta con calle segunda.
Valencia
leyó el libro y quedó tan conmovido por la estética literaria, que para el año
de 1932 publicó una traducción de la Balada. Fueron muchos los días y noches
que dedicó el bardo de Popayán y pionero del Modernismo en Colombia a la
traducción de libro de Wilde. Traducir poesía no es fácil: hay que cuidar la
métrica, las asonancias, las intenciones, las palabras claves, las
equivalencias, la tradición, la rima… y es como trabajar en la construcción de
un reloj, algo tan preciso, como pulcro. Para dar un ejemplo de lo complejo que
fue traducir ese libro les traigo un par de versos que Valencia tradujo como: “Todos
matamos lo que amamos; /que cada uno sepa eso”. Mientras otros autores
polemizan al traducir: “todos los hombres matan lo que aman”. En sí, las dos
frases pueden decir lo mismo, pero esos matices expresivos, a la hora del
análisis literario, hacen que una obra sea bien o mal recibida.
Ahora
sí, volvamos al cuento de los fantasmas porque dicen que por estos días hay unos
espectros andando por los andenes y jardines del Museo Valencia. Una casona construida
a finales del siglo XVIII y comprada por don Ignacio Muñoz, suegro del poeta,
para que allí viviera con su hija Josefina. Lo que dicen, es que en los días
que el poeta trabajó en la traducción de la Balada de la Cárcel de Reading, no
dormía bien y salía a caminar reverbero en mano por los pasillos de la casona
para hablar en voz alta con unos seres invisibles que evocaba con la fuerza de
su ingenio. Se presume que unos días hablaba con el fantasma de Charles Thomas
Wooldridge, el hombre que motivó la escritura de la Balada, un soldado de 30
años de la Guardia Real de Caballería condenado a la horca por degollar a su
esposa en un ataque de celos; y otros días, por supuesto, con el propio Oscar
Wilde. Pues bien, una vez que Valencia terminó la traducción del largo poema
con la ayuda del autor y el protagonista, los espectros de Wilde y Charles
Thomas se quedaron a vivir en Popayán para disfrutar del clima y de las noches
tranquilas de nuestra ciudad, al igual que el Quijote de la Mancha, que decidió
venirse a morir en la ciudad blanca y dejar sus huesos en la Torre del Reloj.
Muchos
son los que ha visto al espectro del dramaturgo y epigramista de Wilde subir y
bajar desde el Museo Valencia hasta el callejón del barrio Bolívar pasando por
el Puente del Humilladero en compañía del espíritu de Fray Serafín Barbetti que
cuida su puente de día y de noche. Un espectro es como una luz blanca y gaseosa
que al verlo de frente se nos erizan los pelos de la nuca del puro miedo,
mientras se siente un frío espantoso en mitad del pecho, la lengua se hincha y
los pies se niegan a obedecer. Dicen
haber visto al espectro de Wilde en compañía del Maestro Valencia, Álvaro Pío y
el Quijote discutiendo de poesía y política camino al Humilladero para tomarse
una copa de eternidad, mientras Chancaca los persigue con sus cantos de flauta…
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