Es martes y voy por la calle dando los tumbos del primíparo. No encuentro la respuesta a la felicidad que me embarga, simplemente soy feliz. Desde que llegué a esta ciudad tan hermosa la euforia no me deja, me arrastra. Las mujeres son tiernas, huelen a fresco y sostienen una sonrisa vertical que emociona, los hombres son de una amabilidad increíble, piden el favor, dan gracias y siempre saludan. Y los abuelos son tan queridos que no queda de otra sino quererlos y sentarse a charlar con ellos por horas y horas sin medida de tiempo. Hombres y mujeres pasan por mi lado despacio, sin afán, sin frío ni calor. El clima es regio, templadito. Las calles son limpias, ordenadas, sin bullas.
Cuando mi apá me dijo que ahorraba para traerme a estudiar a una ciudad universitaria no imaginé que hubiera miles de papás que hicieran lo mismo. La universidad es como una rueda de Chicago donde a fuerza de emociones termina uno haciéndose amigo de muchachos asustados y esperanzados en una Colombia menos sufrida.
Esta ciudad y esta universidad son una machera, con cruzar su portón es otro mundo, un exilio temporal al mundanal ruido de la guerra y la vil violencia de los campos. En la facultad, en su cafetería y sus pasillos se ve, se vive, se goza y se ríe de otra manera; es campo fértil para ejercer a conciencia plena la alegría y la juventud, y seguro también es el sitio propicio para aprender a ser persona y emprender una profesión, que es a lo que vinimos. Aprender hechiza el corazón de cualquiera. Y habría que ser ciego para no encantarse con todas las maravillas que ofrece la U.
Las primeras clases me han dejado extasiado. Todos los profesores tienen caras de ser decentes y sabios, tienen actitud positiva y hablan con destreza y energía. Es rico llegar a una universidad así. Hasta ahora nadie me ha tratado mal por campesino, aquí a los foráneos nos aprecian, en esta ciudad nos han acogido y valorado como lo merecemos, como gente que ya está progresando.
Cuando ayer intervine para opinar por vez primera en el mundo académico de la U, sentía que el mundo me daba vueltas del puro miedo, pero el profesor y los compañeros me escucharon con tanta atención y respeto, que en vez de desmayarme por la emoción, me sentí importante y supe que estaba en el lugar indicado y la universidad correcta.
Dicen que el viernes hay una fiesta de bienvenida y bautizo de primíparos, donde posiblemente perderán la virginidad más de uno, y se emborracharán por vez primera otros más. Pero no sé, eso de comenzar carrera de borracho no esta bien en una persona que comienza a formar su cerebro, su alma y su cuerpo para ser profesional. Que se emborrachen los amigotes de mi pueblo (indios nosotros todos y muchos analfabetas, para más) hasta se perdona; pero que se embrutezca de alcohol y envene de vicio el cuerpo una persona que ya es bachiller y que ya entiende eso del bien y del mal, es otra cosa. No creo que necesite meterle litros de guaro a la cabeza para empatizar con otros; y más, no me cuaja en el sentimiento (y el orgullo) que me recorre el ser miembro de una universidad feriar mi virginidad con la primera que me tope. Si ya sé, no faltará quienes piensen distinto y se burlen, y me digan primíparo, monja boba y cosas así; de seguro habrá compañeros que traten de disuadirme de no creer en Dios, ni en los valores de mi familia, y me agucen para que aborrezca de mi patria chica y me avergüence de mis padres, pero no, jamás. A la universidad uno puede venir virgen pero no tonto, porque se lo comen vivito; hay que tener cuidado, no vaya ser que en vez de resultar siendo una persona útil y formar la inteligencia termine uno siendo instrumento de depredadores sociales, de gente contaminada de pesimismo y anarquía...
“Señor Dios, que los valores enseñados por mi abuela y los principios de los campesinos de bien de donde vengo, no me abandonen, amen”.
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