Por: Marco Antonio Valencia Calle
valenciacalle@yahoo.com
1.
Ayer intenté enamorar a una mujer. Fue una lidia difícil. Hoy, un día después, a las diez de la mañana sigo en cama, exhausto, con el cuerpo adolorido y la boca amarga. La cabeza me da vueltas y no tengo ganas de levantarme. Me siento vacio, como ido de mí… como si al sacar mis artes y armas de conquistador a la plaza, un toro me hubieran revolcado, sacado las entrañas y el alma se me hubiera quedado tirada en el ruedo, o en el ruego. Me exigí a fondo, lo juro. Me entregué a la conquista como nunca, pero todo fue en vano. La mujer me sonreía como ilusionada, me atendía, se veía feliz y sus ademanes me indicaban que mi labia y mis deseos triunfaban sobre su carácter y personalidad. Nada se me escapó: los halagos bien capoteados, la mirada como banderillas, la grandilocuencia en la pose, la poesía en el ritual, la música en el corazón, el humor en la gradería, las palabras inteligentes al oído, la humildad para el engaño… los detalles, los gestos, los roces, la caballerosidad, la tentación, la luna, el vino, la música, el viento, la colonia, el olor, el aseo, la risa, las bellas historias, la caricia, la magia, el interés, la provocación, la insinuación… toda mi experiencia de años, los conocimientos aprendidos en el arte de capotear mujeres difíciles, la improvisación que solo es posible en manos de un maestro fueron expuestas ayer por mi parte… Lo juro, quise triunfar como nunca y como siempre, y no ahorré detalles para salir por la puerta grande y terminar en una cama ancha… pero al final, después de horas en que el mundo dejó de existir a mi alrededor, de una batalla en que lo di todo, de minutos de concentración, espera, maña y delicadezas, nada… la mujer me dejó tirado en medio de palabritas que sonaron como aplausos de consolación, agradeció en nombre de su vanidad que me fijara en ella, una mujer casada, con la tripa inflada, la piel dañada por las estrías, un mal aliento sin causa, las tetas inservibles y la vagina seca.
-Estoy viejo, Dios mío. Es terrible amanecer y darse cuenta que he perdido una corrida por vejez. Duele todo, especialmente el corazón mismo de la vanidad entera. Pero por favor, querido Niño Dios… llega diciembre y vuelven las corridas de toro en mi pueblo. Devuélvanme, querido Niño, mis dotes y mis armas. Que ya no sea capaz de conquistar a una mujer vieja y fea, vaya y venga, pero a la plaza de toros quiero volver, y aunque sea a una vaca vieja… déjame tirar.
2.
La mujer alzó la mirada, el brazo, la copa y sus deseos. Me miró de frente, con todos sus desafíos en el gesto y los senos inflados de silicona invitándome a brindar. “Feliz navidad”, le gesticulé en medio de la bulla, desde el otro lado del restaurante. Ella entendió el accionar de mis labios, así como entendí “esta noche te vas conmigo”. Sonreí, me sentí vanidosamente conquistador y deseado, pero pronto la olvidé para dedicarme a mi novia y la familia en una cena de navidad, llena de reencuentros, risas, regalos, tragos y buenos deseos para todos. Celebré mi navidad feliz con la mirada fija de la mujer de senos grandes a la que veía con el rabillo del ojo cada que alzaba la copa para brindar. A media noche, al ver a mi novia mirándose y mirándose y mirándose con un tipo de otra mesa, que al sacarla a bailar le había dicho que “era su ángel de la consolación”, salí lleno de celos del restaurante, subí a mi auto y me fui solo a casa. En mi aturdimiento alcohólico, en vez de frenar, aceleré… y el carro se fue de frente contra una mula de 24 llantas. En esa fracción de segundo que hay entre el último suspiro de vida, y el paso que hay hacia los patios de los infiernos… alcancé a vislumbrar a la mujer de tetas grandes y labios carnosos diciéndome: “te lo dije: esta noche te vas conmigo.
3.
Abrí el regalo y encontré un papel. Una lista de deseos. Mi papá murió hace tres días y curiosamente dejó un regalo. Justo él que nunca dio regalos en su vida con el pretexto de no hacerle juego al capitalismo consumista nos dejaba un regalo de herencia. Todos sus hijos y sus dos mujeres estábamos allí a la expectativa, más por la curiosidad que por otra cosa. La tarjeta decía: “para toda mi familia”. Leí el texto mentalmente, sentí un vacio en las entrañas, arrugué la frente y se lo pasé a mi madre. Ella lo leyó en silencio, abrió los ojos, nos miró a todos y se la pasó a la otra mujer de mi papá que apenas habíamos conocido ayer, a la hora del entierro. Ella leyó con dificultad moviendo los labios, arrugó la cara dejó ver sus dientes lindísimos, miró alrededor y se la pasó a mi hermana menor que estaba a su lado. Mi hermanita a cada renglón movía la cabeza de un lado para otro en señal de desaprobación, al final se rascó la cabeza con la muñeca de la mano que agarraba el papel y se le entregó al medio hermano que conoció ayer y que ojeó el texto sin inmutarse y con cara de piedra. Mi hermana la gorda, leyó rápido, se sonrió a cada línea y al finalizar su lectura suspiró hondo, se encogió de hombros y se lo pasó al tío portador del regalo que hacía las veces de testigo de la voluntad de mi papá. Cuando todos leímos, la otra mujer se paró y dijo: “Entonces, que se haga su voluntad, ¿no les parece?” Nadie dijo nada, pero con el silencio aceptamos que era lo mejor. Fue allí cuando comenzamos a abrazarnos y a desearnos feliz navidad y próspero año nuevo.
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