POR: Marco Antonio Valencia Calle
Que pereza volver al trabajo después de tantas delicias, de tantas vacaciones. Que pereza tener que cubrirse el rostro de la felicidad para ponerse las caretas del combate frente a la grosería de los necios. Que pereza ser otra vez lo que dejé de ser hace unos días: un funcionario gris de uniforme gris de vida gris de pensamientos grises e hipocresías tontas. Que pereza volver a bordar cotidianidades en medio de la inseguridad de este pueblo de calles blancas por donde rondan niños con baleros y vicios humeantes. Que pereza volver a escuchar las promesas con rostros de mentira en este paraíso de pulgas, en este infierno chiquito, en esta laguna de peces tontos. Que pereza volver a encontrarse en el mercado de los chismes a la intriga con faldas y a esos comentarios callejeros para hacer sopa con la honra de los necios. Que pereza tener que toparse con esos encantadores de sapos y serpientes que comercian con las necesidades de la gente y de los otros. Que pereza regresar para tener que armarle promesas, pasiones, intrigas y amores a los jefes, patrones, clientes y meretrices de ocasión. Que pereza volver a escuchar los lamentos de tanto pobrecito enredado en las ganzúas de sus propios problemas. Que pereza llegar al trabajo después de unas vacaciones largas, victoriosas, regocijantes, crujientes, dulces, alicoradas, desconectadas, vibrantes, musicales, poéticas, opíparas, libidinosas, amorosas, regodeantes, fáciles, felices, cómodas, hogareñas, tranquilas... Que pereza volver al collage de los afanes de la calle, al nudo gordiano de las deudas, al florecimiento milagroso de las pesadillas que nos provocan los maricas de turno. Que pereza tener que volver a pintarle pajaritos en el cuaderno a la profesora del colegio. Que pereza, si, tener que volver a madrugar para sacar los cariños hipócritas, los afectos políticos, las heridas familiares en los pasillos de la vida. Que pereza volver a leer en la prensa que hay otro muerto en la esquina de mi casa, y otro en la cuadra del barrio, y otro en la avenida de mi ciudad porque la autoridad anda besándole los pies a la reina popular en el circo acuífero de los bellacos. Que pereza ver otra vez con mis ojos de envidioso este sol alumbrando el hambre ardiente de esos que se besan en la calle sin miedos ni vergüenzas. Que pereza volver a la vida normal y tener que darle gracias a Dios por eso; pero así es la vida. Hay que volver, hay que volver, hay que volver. ¡Imposible, todavía no puedo despertar! No quiero despertar. Hay que despertar. Hay que despertar…
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