por: Marco Antonio Valencia Calle
Cuando a Eduardo Lamas le propusieron llevar al cine su poema “La madre” no se sorprendió para nada, pues sabía que tarde o temprano iban a descubrir que era un genio de las letras. Aceptó el trato, pero pidió participar de la realización de los libretos, a lo que el director y libretista Max Lebaza indignado dijo que solo aceptaría sugerencias por correo electrónico, pero nada más; porque una cosa era el simple poema, y otra cosa era la nueva obra de arte que saldría de su genio creador. La puja de egos terminó en una cena con empresarios y artistas, con mucho whisky y más paga para el poeta. A la madrugada, después de tanto rogar, el bardo lo único que pudo conseguir fue la posibilidad de estar presente sin voz ni voto en las escenas de grabación.
Cuando comenzaron a rodar, Lamas casi se muere al descubrir que el hijuemadre director había puesto a un político como protagonista, al interpretar el primer verso de su poema: “herida y llena de lágrimas decepcionadas, camina la madre del infante travieso por el parque de un mundo destruido”; pero como ya todos estaban avisados, de nada valieron sus reclamos. La cosa se puso peor, al punto que Lamas casi derriba con su pataleta una cámara analógica reformada, cuando descubrió que la mente retorcida del director había buscado una actriz porno para protagónica. -Es solo la interpretación de tu babeante poema a las madres-, le gritó Lebaza, y salió llamando a seguridad para que sacaran al hijuemadre poeta de una vez y para siempre de los estudios.
El poeta quiso deshacer el negocio, pero los empresarios como buenos capitalistas, no tenían escrúpulos ni se dejaron convencer por las sensiblerías y argumentos moralistas del autor. -¿Por Dios, -decía-, es que ustedes no tienen madre? No sean tan hijueputas, no me hagan este daño. Se están tirando el homenaje que le hice a mi madre.
-Agradece que nos estamos “tirando el homenaje” y no a tu propia madre-, dijo el más simpático, un negro gordo, con dientes impecables y cadena de mafioso al cuello. –Todos aquí tenemos madre-, dijo un enano con aliento de ajo-, pero es de caucho, por tanto, nos rebotan tus insultos. -Mi mamá, gracias a Dios, dijo uno que vestía corbata y camisa amarilla de mangas largas, fue la que me enseñó que la vida es de los vivos y que afuera se quedan los perdedores. Esta película de “La madre”, mi querido poeta, es un negocio que nos va a llenar de dinero. Déjate de sensiblerías.
El poeta gritó y gritó para terminar balbuceando que no, “que no le podían hacer semejante afrenta a su madre”. Se dejó caer en una silla a punto de llorar, recibió un vaso de agua, y a todos llamó la atención que parpadeaba a mil por minuto, como si le fuera a dar un ataque de algo.
-Hijo-, le volvió a decir el de la camisa amarilla mientras se arreglaba la corbata. –Todas las madres son santas, pero también son seres humanos llenas de defectos por dentro y por fuera. Ya todos aquí quisiéramos que nuestras mamás jamás nos gritaran, que es la cosa más infame que puede hacer una madre, o que dejaran de ser mujeres corrientes expuestas a los vicios y pecados como la lujuria, la gula, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia… déjate de pendejadas y celebra con nosotros esta película, el amor por “tu madre”, es sin duda un gran guión, y un excelente negocio. ¿Vale?
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