por: MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
Por éstos días se realiza el reinado nacional de la belleza en Cartagena. Y es una paradoja que la mujer más bella de la patria se elija sobre los pilares de la más esperpéntica de las ciudades; un chiste cruel teniéndose en cuenta que esta ciudad es una de las más horribles del universo. El lujo que se respira en Boca Grande, el sector turístico, y el asombro que produce la ciudad amurallada por su imponencia, no se compadecen con la pobreza de sus gentes, la podredumbre de sus barrios populares, los desafueros urbanísticos, ni la ordinariez de sus conductores de motos o de vehículos.
Cartagena turística es muy hermosa. Cartagena histórica es muy bella. Cartagena para reinas es un paraíso. Pero Cartagena de verdad, la ciudad de las gentes de carne y hueso, la de sus habitantes nativos, es un profundo lamento.
La gente se lamenta de tener una de las ciudades más caras del país, de tener los arriendos y servicios públicos más costosos que nos podamos imaginar. La gente se lamenta de un transporte público deficiente, de sus chóferes y taxistas que solo quieren llevar turistas para cobrarles de acuerdo a la cara del marrano. De las calles de los barrios que son sólo huecos, de las cientos de pandillas peligrosas que acechan por ahí.
Es una ciudad donde en los barrios marginales mucha gente duerme junto a las ratas, que ya tratan como a sus mascotas, y donde todavía encontramos personas haciendo sus necesidades fisiológicas en las playas, porque en sus casas no tienen letrinas.
Cartagena es una ciudad costosa, con pocas fuentes de empleo distintas al turismo. Entonces mucha gente desocupada se levanta a bostezar en chanclas, a ver la espuma del mar correr por la playa llena de basuras, a jugar dominó con los amigos del barrio para pasar el día, el hambre y las penas.
Mucha de la gente de los barrios de Cartagena, además de pobre es inculta. No cuida su mar, no cuida su turismo. Por ejemplo, hay gente que en este siglo, a estas alturas de la vida, todavía le tira todas las basuras que generan al mar. Y claro, no falta quienes tienen por único oficio, salir a robarle a los cachacos, o a uno que otro gringo que da papaya.
Son millares las personas que en Cartagena viven del rebusque. La demora es que un turista salga de su acomodado hotel, para que le caigan como enjambres miles de vendedores. Ofrecen desde gafas para el sol, pasando por paseos en coches, hasta drogas, camarones y prostitución.
La Cartagena de verdad, es una ciudad triste. Una cloaca la llama el columnista Oscar Collazos, una interminable cañería de aguas negras la tilda el escritor Efraín Medina.
Cartagena es hoy, se me ocurre, una ciudad de paradojas y de ironías. Una ciudad cosmeticamente hermosa donde se puede ir a gastar mucho dinero para poder tener un pedazo de placer, sentados sobre la podredumbre más triste que nos podamos imaginar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario