domingo, 29 de marzo de 2009

EL TERREMOTO DE 1983

por: MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE


No puedo creer que han pasado 26 años… porque el dolor, la herida y la sensación de la tragedia todavía la tengo aquí, en el trauma que me acaricia la tristeza y la desolación más profunda que ser humano pueda imaginar. Tenía 15 años y me llegó el día de ver el horror y la muerte en un instante infinito que todavía no termina.
¡Tembló la tierra!, y pensé que había llegado el fin del mundo y la miserable suerte de ser un sobreviviente. Mi abuela Leticia, murió en la catedral agarrada a un Santo al que le oraba por mejores días, y que se le vino encima para protegerla del techo que colapsó. Mi casa, con todo lo que había en ella, construida en años de esfuerzo por mis padres, se desplomó y se volvió polvo en un segundo. Nos quedamos huérfanos de todos los bienes terranales, pero nos quedó la vida para comenzar de nuevo. Lo que perdimos ese día no lo hemos vuelto a recobrar jamás. El terremoto no solo se llevó nuestro hogar, se llevó todo lo que éramos y desde entonces deambulamos de un lugar a otro, sin encontrar la vida y la comodidad que disfrutábamos. A minutos del sismo caminamos en busca de la abuela por el sector histórico de la ciudad en medio de casas desplomadas, gritos, sangre y muertos. Escenas dantescas que se asoman en pesadillas y me hacen temblar todavía. Fue terrible, terrible. Por semanas enteras vivimos de la solidaridad de los vecinos y familiares, desorientados, temerosos, hambrientos, sucios, y en silencio. La abuela Leticia que era el centro del hogar, y la casa que teníamos por hogar (en el barrio El Cadillal) no estaban, y no sabíamos qué hacer. Nos quedamos huérfanos para siempre. Lo teníamos todo, éramos ricos. Y por el terremoto, lo perdimos todo. Todo… pero nos quedó la vida. Recomenzamos viviendo en hacinamientos familiares, comiendo en ollas comunitarias, agarrados a la fe y la camándula de mi abuela Carola, otra matrona creyente y sabía, que se dio a la tarea de aliviar la vida moral y física de familiares y vecinos con una generosidad infinita. Ahora que lo pienso, en mi familia nunca hablamos de esa página negra que vivimos. Hemos creído en la necesidad de olvidar esos días de lágrimas y pobreza extrema. Jamás hablamos de los días en que dormíamos hasta 24 personas en una sola habitación, de los meses en que fuimos a estudiar bajo en carpas de lona y guadua en medio de aguaceros despiadados porque el colegio también se había caído. Y menos de los días que a escondidas de mis padres, hambriento, hice fila para recibir coladas de bienestarina que se repartían en los colegios en colas infinitas bajo la lluvia.
Mi padre, orgulloso, nunca aceptó las ayudas del gobierno, ni invadió lote alguno para apropiarse de lo ajeno, ni nos dejó recibir ni usar ropa o alimentos que se repartían a los damnificados, ni hizo préstamos especiales para comprar vivienda y luego negarse a pagar como muchos. Nada. Volvimos a levantarnos de la miseria total con el sudor, el sacrificio y el sufrimiento de mi madre, que no sé cómo, volvió a levantar esta familia con hijos de bien y profesionales todos.
Y sé que hubo gente (de aquí o venida de otras partes) que sufrió el terremoto con menos daños físicos que mi familia, o no les pasó nada, y por efectos de la confusión que causó el terremoto se aprovecharon y consiguieron casas gratis o se apoderaron de las ayudas que nos llegaban. No los condeno, pero sus codicias avergüenzan.
Abuela Leticia, que Dios te tenga en su gloria. Señor, líbranos de otra tragedia como la del 31 de marzo de 1983...

viernes, 13 de marzo de 2009

¿QUÉ HACEMOS CON LOS POBRES?



El escritor debe decir aquello que nadie quiere decir, que nadie quiere oír”
(Rubén Fonseca)


Lo peor del mundo es la pobreza, y de la pobreza: los pobres. En ellos están todos los males encarnados. Entre los pobres se dan las peores pesadillas del hombre: allí están los desplazados, los damnificados, los desplatados, los violados, los desocupados, los vaciados, los desquiciados, los feos, los brutos, los gonorreicos, los alcohólicos, en fin, la pelambre humana. Ese cuento de “que soy pobre, pero honrado, no se lo cree nadie”.
Meterse a un barrio (que digo barrio, a una invasión) de proletos es cosa horrible. Viejas preñadas por todo lado, chinitos viringos y barrigones comiendo tierra con caca de gallina por las veredas o caños, y tipos mal encarados en todas las esquinas fumando bareto, le hacen poner a uno la carne de gallina.
En una pieza de cartón y tablas llegan a vivir hasta 16 personas amontonadas y hay la promiscuidad sexual que ustedes quieran: el papá con la hijastra, la hermanastra con el primo, el primo con la tía, en fin. Practican una vaina que se llama “la gateada” y consiste en esperar a que todos se duerman para que el primo se pueda montar a la prima. Al otro día todos amanecen con ojeras y se miran entre ellos maliciosos: unos con rabia, otros con picardía y no faltan los dudosos, pues no saben quien se les montó. El sexo entre los pobres es de practica libertina pero tema tabú, y no hablan de él ni para planificar.
Allá no hay colegios, pero hay ollas: casas donde compran a precio de huevo todo lo que los pelaos pobres le puedan robar a los ricos; y los pelaos no juegan playStation o futbolín, juegan a las cuchilladas (el que se deje cortar la cara, pierde), al tiro de paja (se masturban públicamente, y el que sea capaz de eyacular tan fuerte que su semen toque el techo, gana), al gato violador (al primero que coja una niña -de 7 o 8 años, o la que pase, qué carajos- para violarla entre todos, y hacerle vaca, es un duro); al que más aguante metiendo bareto sin dormir, comer ni vomitar (suele durar hasta 36 horas el jueguito); se meten en debajo de un puente y atracan (gana el que más puñaladas de en el mes) en fin. Unos juegos cerdos los que se gastan los pobres. Los pobres son una plaga, se multiplican sin descanso y siempre nacen indios morados o negros ¿han visto?, eso sin contar que dañan la tranquilidad de todo el mundo, afean la ciudad, roban y matan. Son unos brutos, nunca entienden las leyes, no saben de propiedad privada, monogamia, las leyes de Dios, ética, estética, o moral; mejor dicho, no entienden nada de nada, ni saben para qué sirven las escuelas y por eso los pobres siempre serán rateros, disipados, viciosos y feos. Los pobres sirven para justificar la existencia de la curia, los discursos del político y la caridad de las viejas encopetadas; en biología para explicar la degeneración de las razas. Los pobres sirven para poder demostrar la desintegración familiar y hacer obras de caridad. Los rotos, así también le dicen a los pobres, sirven para justificar la existencia de la policía, los indicadores económicos, para tener obra de mano barata, para tener quien se queje, para tener idotas útiles en tiempos de elecciones, para hacer esos trabajos groseros, impúdicos o feos que los ricos no quieren hacer. En fin, los pobres son un mal necesario.
Pero lo peor de los pobres es el resentimiento con el que viven, y más peor – como dicen ellos-, es un pobre estudiado que alcanza a trascender la barrera y logra que lo nombren en un puesto importante.!Já! Dios nos proteja de caer en semejantes garras. Son lo peor de lo peor, y no actuando contra los ricos, sino contra los mismos pobres.

Ahora, para reflexionar: ¿Cuándo usted da una limosna a un pobre, por qué lo hace? ¿Por el pobre o por usted? ¿Por piedad, por miedo, por costumbre, para que Dios le perdone la abundancia? Oiga, ¿Qué hacemos con los pobres: Les damos leche con cuca o les vendemos ilusiones de iglesia?

domingo, 8 de marzo de 2009

DE LOS FOROS RIDÍCULOS Y OTRAS GENIALIDADES

por: Marco Antonio Valencia Calle
valenciacalle@yahoo.com

Fui a una conferencia de universitarios en algún lugar de la Tierra cuyo nombre prefiero olvidar. Un acto ridículo de ventriloquia de loras mojadas. Los pobres tipos no podían ni respirar por sí mismos. No balbuceaban una baba de su propia imaginación, de su propio pensar, de su propio sentir. Expusieron bagatelas como: Desde la perspectiva de Pokper y Marchx, vivir en un pueblo es un laberinto de dos puertas. La amistad extendida por un lado y el infierno del ridículo por el otro. Ya lo había afirmado Jibermas, en los pueblos pequeños se desnuda al otro con el olfato y se mide a la gente por el peso de sus apellidos, la cultura por el barrio, la importancia por los amigos que se tienen.
Desde Chuchenco, el presente y el destino de un fulano en los pueblos pequeños esta medido por lo que fueron sus abuelos y no por lo que son la gente en el ahora y en el presente. En los diarios de Kakas, podemos encontrar afirmaciones como que a veces a un pueblo llega un extraño y cree que puede entrar a la rosca, pero no; a veces un fulanito se da sus mañas y triunfa en las ligas económicas y políticas y cree que puede acceder a los círcus del ridículo social, pero no es así. A estos círculos los nuevos triunfadores sociales solo se les acepta, se les usa, se les aprovecha, pero no se le permite entrar a sus entrañas por más emparentado que esté. Incluso, los hijos naturales, reconocidos o no, tienen sus problemas para de acceso total. Y si no pueden los que llevan una pinta de sangre familiar mucho menos lo que Tripucha llamó los yernos (de yerros) o las nueras (aludiendo a las que no eran).

En estas culturas endémicas nos cuenta Pachulí, las luchas políticas están dadas por actores ultra conservadores en un teatro de pocas transformaciones. En el libro de Torobobo y Garcilazo, uno encuentra que esta gente se alimenta más de los elogios mutuos, de pergaminos en la pared, de títulos de nobleza para la exhibición, de escudos que les hace vibrar el alma y las tripas, que de proteínas y maíz, pues comen poco.
Trepanuca afirmó sobre este mismo asunto, que esta gente nunca dan la mano a un sujeto sin preguntar primero “y vos de quién sos hijo”, o “de qué familia sos”, siendo esta la frase que los identifica como pertenecientes a una clase racista, xenófoba, clientelista, Cuaternaria y peligrosa.
Sochogun Diez, en su libro “Las luchas políticas de las minorías ridículas”, dice que estos asuntos están dadas por temor y supervivencia, en la conciencia plena de saberse tribus en vía de extinción, pues ya al mundo civilizado y culto, en cualquier sentido del término le interesa poco menos que un comino el apellido de una persona frente a situaciones como la cultura, la creatividad empresarial o científica del ser y del ahora.
Chuspín, el sociólogo creador del Habeas, dice que todos éstos ritos y mitos, hacen que muchas veces en estos hogares se tengan que esconder el común sentido de humanidad que les corre, y detrás de las poses y caserones, pequeños asuntos se vuelven secretos inconfesables. Secretos que en principio son sus propias lápidas, y sus fantasmas frente a la fauna popular que los mira y admira estupefactos.
Bien decía el maestro Delfín Avispado en sus clases de sociología matemática, que no hay nada más ridículo en el mundo que ver el comportamiento estrafalario de un blanco con apellido, un negro con título y un indio con plata. Barak Mosquera, afirmaba que no es que estos sujetos pierdan el sentido de la decencia, sino que desconocen la inutilidad de sus petulancias olvidando que “polvo eres y en polvo te convertirás”, como lo afirmaba San Agrustrin de Hipotálamo. .
Ay, Señor, uno no sabe que produce más risa, si estas loras universitarias de nuestro tiempo sin voz propia y sus rebuscadas lecturas en El Rincón del Vago punto com para justificar sus sueldos de burócratas, o la dedicación del dinero público para investigar y montar foros sobre temas del ridículo que ya a nadie le importan, en las sociedades civilizadas.
Nota: solo acepto comentarios a esta columna de “gente con apellido”, y de universitarios con cerebro y voz propia.